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Santa Existe

>> 20 de diciembre de 2010

Texto aparece en Magacín Siglo XXI
Lo que sucedía aquella Noche Buena era una locura extraordinaria. Uno veía la tele, los noticiarios, y todos –eso a lo que le dicen raza humana– estaban jodidamente preparados. Si salías a la calle, el espectáculo era maravilloso. Veías los tanques, los helicópteros, las armas, los misiles, las granadas, los soldados, la gente gritando como loca; niños huérfanos acá y por allá. Demencia, eso era lo que documentaban las pantallas. Y así de mal andaban las cosas. En principio, pues, nadie se lo esperaba. La aparición había tomado al mundo entero por sorpresa. Y la sorpresa se debe tomar siempre con desesperación, o no puedes ya con nada.

La idea era actuar sin calma. La idea era hacerlo contagioso. Había gente, por ejemplo, bien inquieta con un palo en la mano que se quedaba viendo hacia el cielo con un gesto de estar buscando algo en algún punto inexplicable. Había quienes eran más sofisticados y prudentes, tenían machetes o cuchillos bien afilados, y se parapetaban, y no salían, y no comían, y se asomaban en muy raras ocasiones a la faz de las calles, y veían al cielo, y creían las noticias, y se asustaban, y, entonces, se desesperaban viendo hacia todas partes, y se volvían a ocultar.

Como se sabe, para estas situaciones –para funcionar de este modo–, lo principal también es tener mucha fe. Y cuando se tiene tanta fe y acontece todo eso en lo que se cree (aun con la ausencia de las evidencias), lo habitual es empezar a sustituir la fe por otra cosa. En ese sentido, un palo o una granada no sonaban del todo mal.

La humanidad estaba así toda armando conjeturas. La primera suposición vino desde la aparición de un video casero en alta definición. Había sido filmado en un pueblito de Alaska, unos meses atrás a toda la locura de la Navidad. Era apenas junio (o julio) cuando un tal Nanuk Vakulinchuk, esquimal con ascendencia rusa, captó en video la nueva instalación de una jardinera un poco absurda en la fachada de su residencia; allí reía Vakulinchuk de pura felicidad, y luego, dejaba la cámara puesta en un trípode. Entonces sucedía: sobre la casa de Vakulinchuk estaba esta figura humanoide, un poco obesa, moviéndose, olfateando, examinando la chimenea de la casa. La silueta –se alcanzaba a distinguir– tenía el traje de Santa puesto en pleno junio (o julio) y eso, en definitiva, no era normal, sobre todo porque luego la figura se daba cuenta de la cámara, y acto seguido, se lanzaba al patio trasero de Vakulinchuk, un reno salía entonces en todo el encuadre estorbando la posibilidad de cualquier continuidad.

El video le dio la vuelta al mundo. Habían avistado a Santa en plena acción. Santa existía. Era algo real, en video, pero real. O al menos eso parecía.

Se generaban ya grandes debates en todos lados sobre la credibilidad del video cuando sucedió la oleada. Era agosto (u octubre) y el tipo disfrazado de Santa volvió a aparecer. Esta vez fue en Suiza. También en Japón. Luego fue el turno para Argentina. Y por último, algo tan insólito como ver un trineo de Santa volando en pleno Brasil. Este video era el más borroso de todos, pero el único donde se tenía registrada la existencia de un trineo volador (los renos no se alcanzaban a distinguir).

Además, todos los Santas parecían ser el mismo Santa. La misma complexión, el mismo lenguaje corporal. Esa era la síntesis de los analistas dedicados a estos videos. Son iguales, decían.

La gente de todas las latitudes estaba atenta al extraño fenómeno. Se acercaba diciembre y se contabilizaban por lo menos 765 avistamientos. De estos una gran cantidad tenía una buena resolución. El Santa de Noruega era el más contundente. Salía riendo y por una cuestión afortunada de ángulos de cámara se distinguían los rasgos de un anciano. En Sudáfrica, un niño (mocos y llanto) filmó con su teléfono celular a un reno plantado en la parte alta de un edificio.

Era sólo cuestión de esperar a que sobreviniera el desastre. Aceptada la existencia de Santa –asunto inevitable gracias a toda la evidencia–, los gobiernos empezaron a manifestarse. ¿Qué podían hacer? La ONU realizó una sesión de emergencia. Si aquello era cierto debían actuar, pronunciarse, hacer algo. Asesorados los representantes del G8 salían de sendas charlas con científicos y expertos que por lo regular aparecían ante los media con batas blancas y gafas gruesas. Su argumento, ante todo, era dimitir de la fe. Santa no existía para ellos. Era algo que debía tener explicación.

Fue en ese determinado momento cuando lo soltaron: se hablaba de una invasión de seres venidos del espacio exterior. Esta teoría tuvo repercusiones mediáticas y fue la más aceptada por la comunidad científica. Con ello, la gente ya no comía ni dormía; buscaba artefactos contundentes, de defensa; se escondían. La humanidad, vamos, empezaba a enloquecer.

Con los ejércitos avisados y un botón rojo como lo único que separaba al mundo del holocausto nuclear, diciembre y su maldita Navidad cada vez estaba más cerca…

La noche del 24 de diciembre batallones de todo el planeta disparaban hacia el aire. Disparaban a lo que se moviera. Ya en México se reportaba un avión derribado por un misil gringo. El líder supremo Kim Jong-il, desde Corea del Norte, decía haber visto a Santa y había dejado ir una bomba nuclear hacia una Corea del Sur ahora destruida en su totalidad… Y entonces… a las 11 de la noche, la cadena CNN publicaba la evidencia: desde Chile, un carruaje rojo, en medio de una balacera, surcaba los aires, esquivando, maniobrando, escondiéndose entre las nubes... Hubo un terrible impasse mundial por varios segundos.

A la mañana siguiente, es decir, Navidad, nadie en el mundo entero había recibido un solo regalo. Santa sí existía, Santa estaba vivo, pero varios dudaban, armas a la mano, a la espera de un nuevo video…

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Carmencita de sangre azul

>> 24 de noviembre de 2010

Carmencita es de sangre azul. Es bella Carmencita siendo de raza azul; es más ella siendo feliz, siendo inconsciente, siendo algo más que los demás, como ha ido escuchando cada vez que le dicen “toda tan azul tú”. Por lo mismo hoy tiene un cáncer también azul. Yo me he alegrado en cuanto vino con la noticia. De hecho fue un asunto meramente radiante:
-¡Tengo un cáncer azul, que sólo les da a los de sangre azul!
Cuestiones que como se sabe, por lo general, y a falta de buenos entretenimientos, alegran bastante.
Siempre por un cáncer hay lo de mostrar felicidad. Aplaudir y dar brinquitos, o como se sienta uno en el antojo de proceder. Un cáncer es como un hijo retardado, me dijo alguien retardado por ahí. Le creí, aunque de pronto no demasiado (era un retrasado de sangre azul).
Hay tantos que así quisieran uno suyo; un cáncer con el que luego se ande con la gran consciencia de no habitar más por estos universos; descomponerte, eso, poco a poco; podrirse con las mitosis y en ese plan. Pensar que Carmencita no estará más acá lo pone a uno como feliz. Muy contento.
A Carmencita le pasa igual, también toda contenta. Mucho, he de decir (o de notar). Parece que se va a morir. Así las estadísticas. Y así grita ella en azul que se va a morir. Anuncia en azul lo de su cáncer azul. Publica, además, que tiene un cáncer azul. Difunde por todas partes lo azul de sus circunstancias muy azules. La metástasis azul de una Carmencita de sangre azul. Y entonces, ya advertidos todos, no es el cáncer lo que tiene así de satisfecha a Carmencita de sangre azul. En cualquier caso de la sospecha, la felicidad es lo azul, nada más lo azul de su cáncer azul que, como ha dicho, “sólo le da a los de sangre azul”.
Asuntos superiores en creerse superior. La raza es azul como se entiende. Como se dicen las retahílas de las cosas ridículas y se agregan. Que hay ridiculeces que tan de plano les da únicamente a los de sangre azul. Y así.
Carmencita tiene un cáncer bien azul. Al colmo del hartazgo y lo feliz y lo azul de la sangre azul.
Imagen: Yves Klein

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4 F b

>> 13 de noviembre de 2010

About the things that I forgot to do
And all the times I had the chance to.
Uno que ya se ha dado por suicidado 4 veces alternativamente en las grandes sociedades del facebook, puede dar la opinión de no haber quedado para nada bien de la cabeza. Uno queda allí como cuestionando las posibilidades que van, como ristra de horas por 24, en cualquier lugar del pequeño y asqueroso mundo a la hora de ver cómo jodidos matarse. Algo como le sucedía al pobre del trivializado Cioran cuando regurgitaba en buen rumano/francés que “es la existencia del suicidio la que hace la vida posible”. Cosa que en el facebook medianamente funciona. Y en esas te quedas restaurando, cada vez que revives, todas las fotitas situacionales y los vínculos amistosos de esa buena gente idiota que al igual que tu –el primer idiota de los universos–, ha creado su existencia de mera alteridad y desde luego parodias y migajas de la plural interacción. Cuando te suicidas en facebook, las cosas lamentablemente no cambian demasiado. Y hasta allí –yo que lo he hecho 4 veces– uno descubre cierta moralidad barata sobre las maneras saludables de mandar al diablo una de tantas estorbosas existencias dentro de un sistema, digamos, controlado (como ser un número de cuenta bancario, a lo mejor una cédula o un pasaporte visado). Entonces la cosa esa en la pantalla te pregunta si en verdad quieres matarte. Y si respondes con los asuntos de simular la presión de los botones que “sí”, la cosa esa en la pantalla te da a entender lo embarazoso de la situación; te amenaza: “Tu amigo Serapio te va extrañar”. Y también sugiere: “puede que alguien te eché de menos”. O ya de plano te acusa: “¿Está completamente seguro?”
Como consecuencia, uno, ya un poco triste, está allí matándose. Y cuando uno se suicida así de triste, lo más triste es ver cómo nada ha ido cambiando. Puesto que a esta instancia, nadie te extraña ni de tristeza.
Cosa buena que se agradece al devolverle a todas esas banquetas la potencia de servir si abres bien los dientes sobre las aristas y te pegas un buen martillazo en lo posteroinferior de los huesos occipitales. Las alturas de los edificios vuelven a tener más sentido vistos desde, ya digo, 9.8 metros sobre el segundo al cuadrado desde las sucias fachadas. En ese plan, si se entiende…
La cosa es irse matando poco a poco con la realidad. Ya que lo otro, de plano que no funciona. Por mucha ficción la que se pretenda, la pretensión sólo es un altercado triste, tristísimo, que al menos uno, cómo no puede ir de otra manera, lo seguirá intentando siempre.
No hay nada como el olor de los 40 bezodiazepinas entre el contenido de la leche, los corn flakes y unas bananas en lo que sucede la resurrección de tus interactividades luego de irte suicidando al menos 4 veces en esa cosa que titila desde las pantallas.
imagen: Gary Hume

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Ingenio y verdades absolutas

>> 29 de septiembre de 2010

Publicado en Magacín Siglo XXI
Si te distraes por un segundo, ellos empezarán a resolver un problema de matemática combinatoria, o uno de geometría, quizá algo relacionado con álgebra o con teoría de números. Los he visto hacer eso varias veces, en circunstancias diferentes. Se trata del grupo encargado de representar a Guatemala en las Olimpiadas Iberoamericanas de Matemática que se realizará en Paraguay este año.
La primera vez que me acerqué a una entrevista, ellos salían de la premiación de las Olimpiadas Nacionales de Matemática. Saludaron tímidos. De urgencia traían otro tipo de intención en ese momento. Un problema de circunferencias y triángulos en un pedazo de papel un poco arrugado. Uno de ellos, Alejandro Vargas, el más veterano del grupo (4 años de entrenamiento) tenía un brillo extraño en los ojos; había resuelto el problema durante el acto de conmemoración de las nacionales y en ese instante lo único que importaba no era una entrevista sino improvisar una superficie plana como una mesa, algo de papel y cualquier cosa que sirviera para escribir:
–El ángulo entre 2 circunferencias que se intersectan entre sí se conserva bajo cualquier tipo de inversión.
Pasaron al menos 10 minutos para que los 4, Francisco Martínez, Marcos Galindo, Cristian Castro y el mismo Vargas, quedaran conformes con una respuesta. Lo que buscaban aquella tarde, con alguna generalidad, era mostrar que dentro de cualquier triángulo de lados ABC, un excírculo opuesto al vértice A, es tangente a un circuncírculo de un triángulo isósceles cuya base está trazada por una recta entre el punto B y C, con un tercer vértice en A, tal que los lados iguales midan el semiperímetro del original triángulo ABC.
***
Prepararse para una Olimpiada de Matemática no es una tarea que se deje al azar. Ningún país puede darse un lujo así de grande. Hay que entrenar, demasiado. Existen diversas categorías para eventos de este tipo. Una a nivel nacional, otra regional para Centroamérica y el Caribe, también la iberoamericana y, por supuesto, la más importante, una Olimpiada Mundial. José Carlos Bonilla, con pénsum cerrado de la licenciatura en Matemática, es uno de los integrantes del Comité de Olimpiadas Internacionales de Matemática en Guatemala. En su currículo cuenta con una medalla de bronce en una Olimpiada Iberoamericana hace algunos años y hoy enseña y funge de líder a todo el grupo que se prepara para viajar a esta nueva competición.
–Son eventos en los cuales los participantes se someten a pruebas que evalúan tanto su conocimiento como su ingenio y talento en las distintas ramas de la matemática –comenta José Carlos.
Fue hace más de 50 años que la primera de estas competencias fue llevada a cabo, y con el pasar del tiempo, los distintos bloques de países fueron reconociendo la eficiencia de este tipo de actividades para cumplir con sus objetivos. Se crearon varias olimpiadas regionales de diversos formatos, y cada año que transcurre se incrementa el nivel de dificultad. El propósito es promover el estudio de la ciencia, incentivar la cooperación internacional e identificar a los jóvenes más talentosos de cada generación. José Carlos y los 4 muchachos (como suelen llamarlos), saben que “varios de los que ahora son los más reconocidos matemáticos del mundo, fueron en su momento competidores; se busca a los nuevos Einstein matemáticos”.
En algunos casos, sucede que los concursantes entrenan en campamentos especializados. Sucede también que, como en el caso de un vecino de Guatemala como El Salvador, cuentan con casi medio millón de dólares únicamente para invertirlo en este tipo de eventos. A los 4 guatemaltecos, no obstante, les ha costado infinito encontrar el patrocinio para los pasajes aéreos con dirección a Paraguay. Cuentan únicamente con el apoyo del Comité de Ciencia y Tecnología (Concyt), el respaldo familiar de cada “muchacho”, los colegios de cada uno de ellos, la Universidad de San Carlos de Guatemala y de último momento con el respaldo del Ministerio de Educación. En todo caso, no suele ser suficiente. Todo esto a pesar de que este esfuerzo no parece ser algo desperdiciado. En total, Guatemala ha obtenido a lo largo de casi 12 años de participación: 20 medallas, 16 menciones honoríficas, una copa al país con mayor progreso relativo (año 2002), y en varias ocasiones ha sido tercer o cuarto lugar, también en el progreso relativo de los años más recientes.
–En el ámbito mundial, Guatemala tiene 3 menciones honoríficas y una medalla de bronce –dice Bonilla.
Son 2 menciones honoríficas de este nivel que forman parte de los 4 representantes que van rumbo a la Olimpiada Iberoamericana 2010. Una le corresponde a Alejandro Vargas, tiene 18 años, alto, el pelo alborotado y suele explicar alegremente, con el adorno de un chiste, un teorema o una propiedad matemática. La otra mención la porta Francisco Martínez, complexión grande, 17 años; parpadea un cierto número de veces en lo que procesa una solución a un problema o antes de decir cualquier cosa.
–El 50% de los logros mundiales de Guatemala va a la iberoamericana de este año –indica Bonilla. Los “muchachos”, concentrados a lo mejor en otro problema, sólo ríen.
En la otra mitad de competidores que van a Paraguay, está Marcos Galindo, acaba de ganar las Olimpiadas Nacionales de Guatemala 2010; es un poco serio al respecto, tiene 18 años y un talento natural para la geometría. El último integrante tiene 17 años y se llama Cristian Castro Xum; el viaje a Paraguay le implica una primera participación fuera del país; pequeño físicamente, es un poco callado, pero tiene una cosa clara en mente: obtener una medalla, traer algo de regreso a casa...
Los 4 han entrenado y se sienten con capacidad de medirse con el resto de Iberoamérica.
***
El modo de preparación en Guatemala, a diferencia de retiros científicos especializados o tutorías personalizadas de otros países, ocurre continuadamente, desde hace una década, cada sábado, durante 8 horas seguidas. Los mismos alumnos, en lo que crecen, se convierten paulatinamente en maestros. Este es el caso de Bonilla. Inició como alumno de Pedro Morales, licenciado en Matemática e Ingeniero Electrónico que recientemente lleva una investigación en la física matemática en el vacío cuántico, como estudiante de postgrado en la universidad Baylor, en Waco, Texas. A su vez, años atrás, antes de convertirse en maestro, Pedro Morales fue alumno en esta “dinámica de los sábados”. Se trata casi de un asunto religioso, un clan. Para el registro, se puede ubicar una primitiva clase de este tipo, a cargo del Máster en Matemática Rodrigo Vásquez, debido a la primera participación de Guatemala en una olimpiada iberoamericana en los años 80.
Estas clases tienen lo suyo de trascendentales. Bonilla me comenta que de allí es posible identificar a nuevos “muchachos” con grandes posibilidades de destacar en el mundo de las olimpiadas matemáticas con el simple hecho de escucharlos.
–Nos reconocemos entre nosotros –dice.
Por lo regular, el Comité de Olimpiadas Internacionales de Matemática en Guatemala, integrado por José Carlos Bonilla, Hugo García, Ricardo Pontaza, Esteban Arreaga, Antonio González, Alejandro Vargas y Roberto Gutiérrez, anda en todo tipo de eventos científicos que se realizan a nivel nacional. Se infiltran con una modalidad de bajo perfil, buscan, se integran a la actividad, por ejemplo, como cuidadores de exámenes, y tratan de identificar a “nuevas víctimas” del curso que se imparte cada sábado. Se hace una invitación, se platica con los “muchachos” y de vez en cuando aparece un alumno con aptitud y potencial que se queda permanentemente estudiando bajo el cargo del comité.
Alejandro, Francisco, Marcos y Cristian, similar a un puñado de alumnos, y el mismo José Carlos, confiesan que llegaron a estos cursos “creyendo saberlo todo”.
–Es bueno aterrizarlos desde el primer día –comenta Bonilla. Para tal caso siempre es conveniente un problema de combinatoria, o uno de teoría de números.
–Cuestiones que por lo regular no se enseñan en un típico salón de clases de colegio y que sólo necesitan un previo conocimiento básico. Un modo de interesarlos, de que regresen –dice.
La intención es integrar cada vez a gente más joven al proyecto. En países como Rusia, hay niños entrenando desde los 7 u 8 años de edad para una olimpiada de matemática. No es raro que al producto de este entrenamiento intensivo se le catalogue como computadoras humanas, robots o máquinas de procesos. Pero incluso eso no es suficiente. Hace falta algo importante: el ingenio. Y el ingenio es una cuestión que no se puede enseñar fácilmente. Se debe motivar, presentar soluciones a las que ha llegado el comité por sí solo, para que los alumnos encuentren conclusiones propias. Por lo general, la intuición es innata en algunos estudiantes.
–El fuerte de Guatemala es el ingenio. Todos los resultados que hemos obtenido a lo largo de todas las olimpiadas en las que hemos participado, han sido gracias a concursantes ingeniosos –resalta Bonilla.
Esto no significa que el comité guatemalteco deje de desear un robot, una computadora humana, que además posea creatividad para resolver problemas y se divierta con la matemática. Esa es la búsqueda infinita.
–Hacemos estos esfuerzos porque alguien una vez lo hizo por nosotros; sólo estamos devolviendo el favor –es una frase lema que utiliza el comité, un legado de los labios del licenciado Pedro Morales. Hoy la aplican desde la práctica.
***
Hay 4 grandes ramas que definen estos tipos de competición. Los 4 puntos cardinales de la matemática: álgebra, geometría, combinatoria y teoría de números. En este sentido, sucede algo interesante este año para Guatemala: cada una de las 4 categorías está representada por un competidor.
Un algebraico: “el árabe del grupo es Cristian”.
También un geómetra: “el griego en este caso es Marcos”.
Un versado en la teoría de números: “Alejandro ha obtenido siempre resultados en olimpiadas gracias a los temas que tocan la teoría de números”.
Y un práctico de las variaciones, permutaciones y combinaciones: “Francisco es el ingeniero del grupo puesto que la matemática de combinatoria al menos tiene una aplicación en la realidad”. Han pasado más de 150 años desde que no existe alguien considerado matemático universal, es decir, que domine todas las ramas existentes. El último fue Johann Carl Friedrich Gauss, murió en 1855, en Alemania. Se le acercó bastante David Hilbert, que también falleció en Alemania pero en 1943; la matemática en su tiempo había avanzado en todos sus aspectos, en todas sus especializaciones.
–Si fusionáramos a cada integrante que representa este año a Guatemala en las Olimpiadas Iberoamericanas de Matemática de Paraguay en una sola persona, el resultado sería un monstruo incontenible, un matemático universal –indica Bonilla. Hay un background de risas en su comentario. Uno queda afectado de sólo pensarlo. En cierta medida tiene toda la razón.
***
Es común que una clase de matemática termine tocando puntos filosóficos. En la primera oportunidad que tuve de platicar con el grupo, los “muchachos” empezaron a hablar de cosas “bien astrales”. Comentaban sobre todo acerca de los descubrimientos. José Carlos Bonilla explicaba un teorema aplicado a un problema de parábolas, desde su planteamiento gráfico y sin hacer uso de sus ecuaciones generales. Luego de demostrar que algo era cierto, añadió una respuesta extra:
–Nada se inventa, sólo se pueden descubrir cosas. La matemática trata de verdades absolutas. Es independiente de los humanos y ahí radica gran parte de su belleza. La matemática es un asunto del universo mismo.
El problema que generó una frase como esa significa un orgullo para José Carlos. Lo resolvió haciendo uso del llamado Hexagrama místico de pascal. Y la solución propuesta por el matemático guatemalteco era similar a la que Arquímedes había llegado hace más de 2 mil años, con la única diferencia que tiene una aplicación más general.
–Nada se compara con llegar a verdades absolutas por uno mismo –dice Bonilla. –De eso se trata el entrenamiento para una olimpiada: enseñar, pero que cada quien llegue a descubrir lo propio.
El grupo que parte hacia Paraguay sabe que le espera una jornada difícil. Se escucha fácil decir que son sólo 6 problemas durante 2 días. Deben resolver 3 problemas en menos de 4 horas y media. Y luego esperar los resultados. Nadie lo sabe aún, pero quizás además de una medalla o una mención honorífica, estamos siendo testigos aquí de los inicios completamente documentados del primer Einstein matemático que produce Guatemala. Uno propio que no se está inventando; simplemente lo estamos descubriendo...

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Variación de una semblanza

>> 10 de septiembre de 2010

Publicado en Magacín/SigloXXI
La idea podría funcionar, pero todo depende de Mario Santizo. Es una inquietud que viene directamente de la redacción. ¿Cómo diablos retratar algo como Mario Santizo? En todo caso, la tarea requiere recomponer la realidad, alterarla, o como suele hacer Mario en su trabajo, un artista visual, dislocar el concepto de fotógrafo en eso de ser simple testigo de un encuadre.
Santizo recibe una llamada que va más o menos en este plan:
–Mario, mirá pues, el asunto es construir una imagen. Te apuntarías para algo como eso. Incluso parece que tenemos un disfraz...
La voz en el teléfono es la de un periodista. Como toda voz de periodista desde un teléfono, no puede ser otra cosa que algo impertinente. De momento Mario Santizo está trabajando en su nueva propuesta visual, y la llamada del periodista de SigloXXI sólo puede tener una factura harta fastidiosa. Apenas acaba de recibir el depósito monetario para empezar a construir una idea con bases fotográficas y está en los límites de tiempo acordado para la exposición que se aproxima. Además es sabido que Mario es bastante huraño, no se mete con nadie salvo para asuntos de trabajo. Es difícil que Santizo muestre interés alguno por compartir, por hacer que una convivencia llegue a un resultado feliz. “Al final siempre el mundo termina por traicionarte, te acostumbrás y lo mejor es hacerlo todo en solitario”, declara Mario como una confidencia, desde una saludable, honesta y agradecida misantropía. El periodista, como rescatando la petición, hacerla un poco más atractiva, ha comentado también que el contenido puede funcionar como la portada del suplemento dominical en paralelo a su semblanza.
Pero, de momento, todo depende de Mario Santizo...
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Hace 26 años, la partera Florinda Figueroa atendió la labor de alumbramiento de su nuera Zoila. El niño era el menor de 3 hermanos y nacía en el municipio de Zaragoza, en la parte sur del valle de Chimaltenango, Guatemala. Era un niño canchito, y su existencia, como la todo guatemalteco nacido en Zaragoza, no pintaba lo más mínimo de extraordinaria. Son estos los recuerdos más precoces de Mario Santizo antes de mudarse con apenas 3 años a la ciudad de Guatemala. Acá aparecería la noción de familia feliz, un padre con un puesto administrativo, y una madre que tenía que trabajar tanto como para obligar a Mario, a una muy corta edad, en la educación preescolar del colegio Eloy Suárez Cobián, una institución dedicada a la promoción de los dogmas fundamentales del cristianismo, una institución donde Santizo empezaría a sentir la incomodidad de la religión, donde construiría una personalidad bastante retraída y la alienación de un niño sobretodo solitario.
***
Tres periodistas (un redactor y dos fotógrafos) han partido desde la sede central de un periódico a la entrevista que finalmente ha accedido Santizo. Es la mañana de un viernes bastante nublado. Mario vive en la colonia La Reformita, un barrio de clase media a unas cuadras de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Su apartamento se encuentra adherido a la casa de su madre y permanece en un desorden detallado: La música de Primus de trasfondo, una silla de ruedas abandonada, disfraces, luces, libros de arte erótico, un tiradero compuesto específicamente por animalitos, árboles, casas de muñecas, cabezas y muñequitos de plástico que mantienen una pose, y se mantienen inertes frente a una cámara (Canon XSI) incrustada en un trípode en el centro de la habitación principal.
–¡Es una mierda! Tengo que repetir unas fotografías y estoy bien pisado de tiempo –comenta Mario sentado delante de una computadora; él manosea algunos comandos del PhotoShop.
Aun así, hay tiempo para mostrar un poco del proceso que caracteriza la obra de Santizo. Lo cierto es que a Mario no le gusta nada que lo etiqueten como fotógrafo, y eso aunque la cámara es una de las herramientas fundamentales en su trabajo; tampoco le gusta la palabra artista, “un tacuche que te queda grande y hay que dejar que los demás sean quienes te lo pongan”. Lo suyo es la imagen, pero una imagen entendida como la composición de algo que roza la ficción; no la foto. Su estilo, por lo general, es un acto performático. Él mismo, junto a algunos actores, es uno o varios de los personajes que aparecen representados en sus imágenes. El sentido del humor es cáustico al atacar la falsa moral, la religión y los valores establecidos... Hoy ha cambiado sutilmente “lo molesto de los humanos”. En vez de trabajar con actores, Mario ensambla, con los recortes de varias antiguas fotografías, una escena que remite a una época de antaño, de doble moral y erotismo en blanco y negro. Es un artesano en cierta medida. Le han pedido que indague sobre el tema de la familia para un festival de fotografía y es lo que tiene, a su manera, en algunas maquetas ya fotografiadas. La familia.
***
Un día, el padre de Santizo llegó a casa con una noticia algo contundente bajo el brazo: El divorcio definitivo y su separación de la familia. Su madre partiría a Estados Unidos y Mario, junto a sus hermanos, quedaría a cuidado de su abuela Florinda.
–Los padres suelen tener un montón de frustraciones que terminan proyectando en todas partes–, dice Mario Santizo tratando de ubicar cómo diablos paró estudiando yudo, “no me gusta pelear”, cuenta, y luego en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP). Roberto Cabrera, Rodolfo Abularach, Ramón Ávila... fueron algunos de sus maestros en esta institución. Hoy quedan pinturas regadas en su apartamento de aquella primera intención de armar una imagen. Son intenciones casi surrealistas, dalineanas un poco, pero cargadas de violencia cotidiana.
***
Uno de los fotógrafos le muestra a Santizo el disfraz escogido para alterar una imagen con él como personaje principal de todo el montaje. La indumentaria corresponde al protagonista Ciel Phantomhive, del manga japonés Kuroshitsuji. Mario toma el traje, se lo prueba, y acepta ser un personaje para los periodistas. La vestimenta le queda, le talla muy bien.
La escena se llevará a cabo en una casa-museo del Centro Histórico de Guatemala. La locación es una habitación de niña oligarca de los años 30. El cuarto de una tal Elisita Escobar Vega. Incluso la recámara se adorna con un pequeño recorte de un texto cursi publicado en el diario de mayor circulación en el país. Allí se menciona lo bonito que es recordar una Guatemala inocente, una familia funcional, unas niñas que al parecer siempre quedarían siendo niñas. Todo bien bonito, la ropita de época, los muñecos de época. Mario se muestra interesado en eso de “profanar el cuarto de una niñita”. Ha traído una máscara de sí mismo, se coloca el traje, y empieza a adentrarse en su personaje: “Un niño travieso”, dice y hace gestos, maromas, voces infantiles.
–Mario, qué sientes de ser parte de una escena que no has organizado–, pregunta un periodista.
–Contento, muy contento–, responde Santizo, apenas audible embutido dentro del traje.
Las cámaras empiezan a disparar contra él, una foto tras otra. Mario es tímido por naturaleza, pero detrás de su máscara –un disfraz de sí mismo– todo marcha sobre ruedas. Está expuesto pero oculto. Y en este oxímoron semiótico, Santizo está contento. Se muestra divertido en cada pose.
Entiende el personaje.
El personaje de ser él mismo.
***
Mario recibió la noticia de primera fuente. Estaba mal, muy mal de hecho. Este fue su auto diagnóstico antes de enterarse que era obsesivo compulsivo a los 22 años. Fue el momento de aquellas noches enteras en que terminaba cambiándose de ropa, probándose todo su guardarropa, en medio de enormes ataques de ansiedad, viviendo solo, durmiendo apenas 2 horas, cuando decidió pedir ayuda.
–Los siquiatras, antes de diagnosticarte y mandarte feliz con un medicamento a casa, miden tu ansiedad por las veces en que te masturbas a diario.
La medicina (Paxil, 20 mg) recetada le afectaría de por vida cualquier intento de dibujo.
–No había de otra. La fotografía era el lenguaje a explorar porque ya no podía pintar como antes... –lamenta.
No resulta difícil decir que Mario Santizo es bastante sarcástico. La acidez le sale natural. Si uno pregunta de dónde le viene lo cínico, dirá, sencillamente, que no ha madurado mucho todavía. Pero hay madurez en su trabajo. De la pintura optó por investigar la fotografía. Tratar de entrar en su cabeza es manipular un juego complicado que puede resumirse, como Mario lo cuenta, en 3 ejes transversales: Jan Svankmajer, Frank Zappa, William S. Burroughs. Un director, un músico y un escritor, cada uno, un bicho raro de la cultura a nivel global.
De Jan Svankmajer, tenemos un recuerdo. Es Mario de 14 años frente a un televisor, cambiando canales, buscando nada en la pantalla y de pronto un tierno homúnculo envejece hasta la muerte. “Algo para desquiciar a cualquiera”, comenta Santizo del Fausto plastilina que Svankmajer le amoldaba en la cabeza.
De Frank Zappa, hay otro recuerdo, está vez, algo paródico. Es Mario, un poco más entendido, con unos audífonos en los oídos; y es Zappa burlándose de todo, de las épocas anteriores, utilizando sólo su guitarra. La parodia puede unir a dos mundos en imágenes y sonidos. Era lo que sucedía, un poco así, en los tímpanos de Santizo.
Y de Burroughs, hay un Mario, divertido, alimentándose de una lectura lapidaria con la cultura y los valores normalmente aceptados. Digamos que es una toma de consciencia, una cínica, de tener un “Almuerzo al desnudo” en el plato, y de pronto, ¡paff!, lo que hay en las cuatro puntas de un tenedor llega tener el atractivo de lo inquietante.
–Uno queda con tantas imágenes en la cabeza –dice Santizo. Svankmajer, Zappa. Burroughs. Son 3 personajes que han hecho su efecto en la mente de este artista visual.
A veces, claro, nadie lo comprende.
***
Máscara puesta, Mario se detiene frente a un espejo. Se examina detenidamente y los fotógrafos aprovechan para disparar el flash sobre la escena. Ha sido un episodio espontáneo, raro sobre todo...
–Suelo ver a todos como personajes –dirá luego Santizo a los periodistas caminando por la calle. Uno sólo puede preguntarse si Mario tuvo una pequeña epifanía frente a su reflejo. Estaba quieto, no se sabe bien si pensando, pero quieto, reconociéndose detenidamente.
–Fotografió todo lo que existe en mi cabeza –comenta tranquilamente Mario en una esquina. Habla apenas con frases cortas, cada una acompañada de un desaire y una sonrisa particularmente irónica.
– La gente de Guate es algo bien curioso. Tal parece que en este país el sentido común se ha extraviado.
Lo siguiente a esa frase de Santizo es una risa incómoda, cómplice y colectiva… Una disonancia. Son los periodistas.
Mario, expuesto pero oculto, también ríe unos segundos después. Desde el disfraz de sí mismo, por complicado que parezca, observa el mundo a su alrededor, como quien ha ubicado una nueva incongruencia, como quien ha encontrado otra escena para parodiar.
En realidad, todos, cada uno, somos sus personajes.
Imágenes: Eny Roland, Mario Santizo

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Las lindas personas

>> 19 de agosto de 2010

Las lindas personas son tan lindas por antípodas. Tienen lo suyo de precisa incompatibilidad. Aprendí ya, por pura sugestión, a especular sobre su existencia. Se definen más que todo por sus gustos, que son los más horribles. Pero puesto que la gente es más allá fuera de sus filias u onanismos más obscenos, como dicen, y son precisamente hermosas, se les perdona su exhibición horrenda de sus cosillas siempre por una cuestión de la genética un poco más perfecta, que es lo que únicamente pueden sacar al sol de sus personalidades, vamos. Uno se siente al menos reivindicado en la trinchera de la contra con tan sólo cartografiar a las lindas personas, tan humildes y tan llenas de banalidad en todo el goce de su publicación cotidiana.
Siendo ingenuos, hay que dar por ignoradas las cuestiones más básicas de la razón y hablar entrando con el comentario sobre lo lindas que son (o pueden ser) las lindas personas. Eso siendo estúpidos y crédulos puesto que nadie en realidad, ni desde la seriedad del asesino serial, ni desde el pobre argumento del niño virgen de la cuadra, se puede neuronalizar la imprudencia de cosas sobre la lindura a priori, esa belleza del alma un tanto radicalizada y que por supuesto tiende a sonar incómodo. Si no nos equivocamos bien, lo que queremos decir en vez de lindas, más que cualquier otra cosa, es asquerosamente simples, planas, defectuosamente atrofiadas de la sensatez crítica; ni hablar de la acidez o el sarcasmo, tan faltantes en la etiqueta esa de las lindas personas.
Yo desconfío de las llamadas lindas personas, pero más de aquellas que creen en la existencia de algo tan lindo como las lindas personas. Eso es insustancialidad pura, concreta y estimulante. Sobre todo porque creer en algo tan embustero como esos términos ideales te hace quedar mal, un inocente tirando a lumpen en medio de la república de los ciudadanos con dos malditos dedos de frente. De las lindas personas especulo su existencia como ya dije.
No vaya a pasar la misma suerte de aquella vez en que me dijeron: “Eres una linda persona”. Lo decía una pequeña niña burgués, por la sencilla razón de no eyacularle en la cara y sí en mi camiseta. “Eres una linda persona”, dijo. Vaya jodida cosa, vaya felación de la ingenuidad.
Tristemente he sido una “linda persona”. En ese plan que dicen sin lograr todavía digerir el efecto. Uno sólo puede quedar inútil allí, sintiéndose una “linda persona”, el inepto corolario de un orgasmo. Dudando sobre todo de la propia existencia. Como queriendo molerte a palos, tratando de sacudir las nociones y las esencias de las lindas personas, las que sí existen en este maldito mundo como yo, pero que van de incompatibles como amalgamas que duraran a los sumo una nada. Hay que engañarse lo suficiente, un infidente de sí mismo, para convivir un poquito con ellas. Es lo que se dice estoicamente y bruto. Lindo.
Imagen: Mujer Árbol (Erick Menchú)

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De falsos millonarios

>> 18 de julio de 2010

One baby to another says
I'm lucky to have met you
I don't care what you think
Unless it is about me
It is now my duty to completely drain you
I travel through a tube
And end up in your infection
A m., quien enseñó a gastarlo todo
(Texto leído en la presentación de Los Falsos Millonarios -Catafixia Editorial, 2010-, de Maurice Echeverría)

Consumir amor puesto que se es millonario, o cuando menos si se cree ya serlo, que para eso está el monetario entendido de la interacción, la anti-castidad y el sentimiento. Mantener solventes, digo ya, las cuentas del afecto. Y de esta cuenta, así de llenas las ridículas arcas del autoestima, llenos de ternura, la más infidente, la de la entelequia y el engaño de aquella amistad venida a más que es el amor, nos arrodillamos y estamos ya de sortijas, testigos, abogados, curas, pasteles y (¡por Dios!) eternidad.
Y con eso se es capaz de comprar todo el jodido universo. Pero el universo es una basura y se compra nada más la transacción. El amor es la transacción; del matrimonio no digamos salvo algo similar a las llamadas de la deuda en la tarjeta de crédito. En todo caso el recurso –uno paliativo por lo cínico– significa monetizar sentimentalmente al otro, explotarlo, y acá lo importante –que es de lo que trata si se está atento–, puesto que el cariño es un hipermercado de “doy quitando”, “doy sin dar”, o “doy mucho pero apenas”, una cosa así de insolvente en ese libro tan nuevo y corto, el de poemas Los Falsos Millonarios, de Maurice Echeverría.
Sabiéndose tanto pisto, hay que ver lo que un Maurice ha traído con la factura de su transacción, el pobre. Sobre la mesa existencial ya lo vemos depositar sus poemas y rápido, sin chiste y sin chistar, el fracaso se nos cuela en las billeteras de nuestra felicidad; créanme; es la bancarrota.
Y allí el matrimonio es desde lo individual; el “yo” primero, donde la desconfianza o el hastío cae sobre las parejas como satélites oxidados desde cielos más bien nocturnos. Él, el maldito “otro”, metido en medio del amor, que acá se le concede la gramática del paréntesis y se le llama a muerte nada más como (el Suplente): “Ojalá que él pueda/ limpiarte de toda/ la suciedad que los demás/ te depositamos encima”.
Por acá va el inicio de Los Falsos Millonarios y la pérdida aparece; la falsificación igual, pero entendida como derroche y reclamo que nutre creaturas aberrantes con las venas agitadas como látigos en el aire, pues aquí, el vínculo, es decir, el amor es una pelea o un padecimiento o un ano lleno de innumerables torpezas o un inconmensurable cangrejo incrustado en el vientre al intentar explicarlo, de entenderlo, de cobrar, en resumidas cuentas, el afecto como salario. Un asunto de limosnas y dietarios.
Pero vamos de generalidades y hablemos de la riqueza. Es decir lucrar, lucrar, lucrar con el otro, desde el otro; la transacción y provecho del amor; para qué más ha de servir si en esencia su concepto resulta de un objetivismo más bien lacerante, aquel que reza: “El ser humano, -cada uno-, es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros. Debe existir por sí mismo y para sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros para sí mismo. La búsqueda de su propio interés, propio racional y su propia felicidad es el más alto propósito moral de su vida”. O la inconsciencia de los demás, como ya se dice, como Maurice lo contrapone en aquel otro poema: “Un ciego inverso, un ciego incapaz, de ver lo que hay adentro. Siempre entre los dos”.
¿Cuánto es prudente extraer, acá, hasta volvernos millonarios? ¿Almacenar esos gritos, los sueños duros y punzantes, esas sonrisas que se pudren, los conflictos diplomáticos? ¿Entender al mancomunado de nuestras cuentas monetarias desde la transacción, sí, desde sus depresiones, sueños, frustraciones, ideales, abortos, viajes, enfermedades, encantos o desencantos, incluso ideas…?
Drenarlo todo, o sea.
El amor es hipercapitalista.
La mayor riqueza al final es volver vulnerable al otro. Puesto que se le conoce bien –“argumentos, teologías, tonos y máscaras”– uno es inmensamente millonario de todas sus contradicciones para destruirle como se antoje. La riqueza se construye, si aún no somos falsos, al monedear tiernamente al otro. Es tan lindo todo. Pero somos falsos millonarios, muy mediocres, y no sabemos sufragar los gastos del poder amar: “Flojos los dos/ no hacen el amor, ven la televisión. Flojos ciertamente los dos, sus manos flojas tocándose, como desde un asco”. Que de algo así habla el libro de Maurice. Aunque resulte un inventario/manual para ver lo aberrantemente frágil que resultamos al intentar el trance del amor, ya que del intercambio, que acá suena a reclamo, divagación y vuelta la cosa en rabia, es seguro que también nos pueden arruinar. Cuán tontos, todos damos, manchamos el corazón, en un mundo donde la conveniencia es fundamento y la felicidad es imposible.
Siempre un nuevo divorcio en el que la aventura de la eternidad ha fracasado.
“Porque ni tú ni yo / somos millonarios: / somos más bien clase media / en esto del amor”.

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Torcer la cara

>> 28 de junio de 2010

En realidad yo preferiría que las 24 horas de cada día fuesen fundamentalmente algo desconcertante, que se nos instale una cara bien torcida por algún buen rato, y luego otra vez, y así hasta reafirmar bien nuestros rasgos más fundamentales.
Pero aún allí habría que preparar un cronograma, digo, de aquellas horas inconcebibles pero planificando todo para que luego lo sorprendente no decaiga en abismos de rutina. O al menos llegar al equilibrio ese de que torcer el gesto tenga cierto significado, algo de magia, no sé, que se note –y esto ya es razonar– al menos que algo dentro se te ha estropeado.
Si no nos hacemos mucho los pendejos, sabemos que esto es imposible. Controlar el azar sería el mayor de los poderes sobrehumanos, me refiero, claro, a lo conocido del circunstancial, al gato de Schrödinger, no al de colocar todo en un orden meditado para que sea acontecimiento y en medida un supuesto pre-sabido. Allí, allí mismo perderíamos el gesto, y la vocación de enfermarnos.
Aunque cierto ya es que se nos tuerce la cara a cada rato. Acá convendría mencionar los diarios, los telenoticieros, un vecino violador, los engaños de una pareja, las noticias en el Facebook, un marero adolescente, el asesino serial y maestro de preprimaria, pero no quiero vulgarizar… (Ese lugar común…)
Hay gente que antes de ir a dormir toma un té calientito, para pernoctar tranquilos, o hay otros que se masturban dos o tres veces, también para relajarse, los hay que hacen esto último acompañados que también es válido; se disloca el rostro así también.
En cambio, y aquí lo bueno, existen los más avispados que llevan la recapitulación del día entero atorado en algún punto de la cabeza. Y allí se están con los proyectos de ciertas cositas en la Moleskine o en el Word, o reenviándose correos al propio y personal no cada vez que pueden, sino que en ocasión de conmemoración (feliz) en que su rostro obtiene esa norma informe del desconcierto y lo revulsivo. Se distinguen pues tienen la cara un poco torcida, un poco ya mal hecha, horadada de mal humor, pero valen únicamente cuando logran, con ese efecto, un buen texto, un buen blog. Se dice, por ejemplo, de Lautréamont que usó su genio para llevar hasta extremos inéditos el culto romántico al mal. Y en estos escritores hay que creer.
De igual modo, lo que digo que sucede en lo humanos es su maldad desapercibida por cotidiana. Torcer la cara y volverla a torcer sin darse cuenta. Darse por enterado es lo único que vale en realidad de la realidad.
Giant (Ron Mueck)

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Lo generacional

>> 27 de junio de 2010

Recycled generation
Like mad Gods from Below
Entre achaques y bastonazos, locura y senectud, un vecino me cuestiona lo generacional durante lo que puede durar el viaje de 5 pisos en el ascensor. Sabrá Dios de dónde Diablos le ha venido a éste vejete su reclamación. Se ubicó él, muy a lo suyo, entre los 50 y los 60. A mí me mandó irremediablemente a los 90.
Y es que decir “noventas”, en alguna medida (triste e indiferente), para mí, es ya alegar ancianidad. Uno se arruga con el sólo hecho de pensar “hace 20 años”, sí, de todo aquello tiempo atrás y ahora lo absoluto echado a perder. Pero al menos una alegría tonta, incluso léase felicidad, ante ocasión de haber nacido un poco antes y pasar digamos atento, infantil y pubescente, la década noventera, por desencantada, por post-post-moderna, por detectarse en ella la fecha probable de un inicio en el fin del mundo, o ya por idiota, vamos, que es lo mismo. El viejo buscaba confrontar o al menos entender.
Y allí estábamos, los dos en ese cubículo que pende nuestras existencias a un cable y nos eleva en el centro de los tontos edificios, tratándonos cada uno de “originales”, es decir, repitentes de los dogmas, aquel de refutar o de sentirse bien rebeldes por ejemplo. El viejo, una cosa contenta, vaya, lleno de anécdotas felices (1944-1957, Guatemala) y lleno además de boleros con aquella su carga superficial del amor. Yo, una mierda sin sonrisas, con la crónica de toda la humanidad que me contó la televisión y repitiéndome en la cabeza que Cobain había jurado no tener una pistola, y ya ven que lo que guardaba era una linda Remington M-11 con la que se volaba los sesos, exactamente, de un escopetazo.
Por esa cuenta en adelante van las cosas con este vecino siempre que nos damos de topes las existencias. A veces congeniamos, pero muy pocas veces.
Aquel día, al nomás salir del ascensor ya nos gritábamos: “Si el siglo XX resumió los ideales del siglo XIX en su mayoría, el XXI no tiene ni una idea clara”.
Y en medio de la primera década ésta, con desconfianza, buscamos, tras descender del ascensor, la analogía un tanto pretenciosa del Marineti en el inicio de este siglo, la bicicleta de los X-games para el nuevo Jarry, o a un Valenti acarreando algún cachivache de hologramas; el viejo sugiere inquirir en alguna inmediata idea del más desconocido Duchamp, o ya para más lugares comunes, la prosa libre de un Darío.
El lobby, por supuesto, de todos estos ascensores, se encuentra vacío. Y caemos de nuevo en el alegato generacional, que a mí, con alguna gracia, ya me estorba y me pone de mal humor.
Imagen: Dynamism (Luigi Russolo)

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Cuando los personajes se quejan

>> 13 de junio de 2010

And she screamed out kicking on her side and said
I've lost control again
Ya me doy por pleno enterado que los escritores tienen el cerebro profundamente atrofiado. Están locos, hay que decir. Son una mierda. Si lo sabré yo (a veces escribo, cierto) que cada vez que alguien dice “Hola, soy fulanito y soy escritor”, rápido, muy, muy rápido hay que buscar un bate de beisbol, o lo que se tenga a la mano, y moler a palos al maldito. Explico, pues, que toparse con un escritor es peligrar demasiado, si hay contacto, ya te jodiste. La atrofiada cabeza del escritor es una recámara vacía, que no tiene una idea, hasta que te tiene enfrente, y entonces: un personaje.
De repente recibes llamadas de escritores en la madrugada, su intención únicamente es preguntar por el nombre de aquella tía tuya que mencionaste durante la sobremesa y que de chiquito te agarraba a escobazos sin razones aparentes. “Es para mi novela”, justifica la voz en el teléfono y hay que colgar, colgar fuerte, que se note la molestia.
Ah, pero en esta vida hay tantos organismos encantadores. El escritor sabe de esas cosas. Es cierto que el mundo es una mierda, no se puede discutir sobre algo semejante, no es necesario. Es contexto. Y dentro del contexto, que es una mierda, aparecen seres encantadores de vez en cuando, que quieren figurar de cualquier cosa, ahora que se puede, con tanta tecnología y ese tipo de cuestiones, ya saben, prepondera ser alguien en algún lugar. La literatura es el lugar más peligroso para ser alguien. Llueven, con esta intención, los calzones desde algún rincón obscuro de personalidad hasta alcanzar al escritor, al maldito, que sería bueno desaparecer de una buena vez y punto. “Quiero que escribas algo sobre mí”, o, mejor aún, “¿Seré yo acaso la protagonista de tu nueva novela?”, preguntan. Y ya con eso no se puede.
En todo caso, el escritor te hará quedar mal, así funcionan las cuartillas, una tras otra, dibujando alteridades de personajes reales. Y luego, por supuesto, todo el mundo se queja. La historia es profunda, hermosa, qué sé yo, el mejor libro del universo, pero, joder, la mataste, las violaste, o le pusiste un tutú en medio de una película snuff. Se quejan.
Lo mismo me pasó la otra vez. Amanecí con una prosopopeya a la par, la más hermosa de las prosopopeyas con la cual uno puede amanecer a la par, le había hecho harto daño en la cuartilla, en realidad una fatuidad, pero allí la tenían, una furia de gritos y golpes que laceraron la consciencia, tanto, que tuve que cerrar un blog, cancelar una novela, reescribir un cuento, parar las rotativas de un diario.
Yo igual, con una sonrisa un tanto pendeja, me quejo de que los personajes se subleven y se tengan tanto que quejar.
Imagen: Personaje de Roberto Cabrera (Alejandro Marré)

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Cinética-Suspense

>> 6 de junio de 2010

The shadows start to fall.
I feel it closing in,
La verdad es que aquel día yo podía esperar cualquier cosa. Pero uno suele tener sus límites. Uno tolera hasta donde le es posible, ¿cierto? Aunque a mí, con honestidad, los desatinos y las circunstancias adversas, cuando desfavorecen a mi persona, no me gustan, no me gustan nada. Me gustan sí, los desconciertos, por ejemplo, las cosas sorprendentes y que con elegancia toman un rumbo inesperado y que llegan, digamos, a términos realmente extraños y extravagantes.
Sin embargo, lo que no me gusta es la adrenalina que a veces se produce.
Y en aquella ocasión, allí estaba yo, todo hecho adrenalina, en el corazón de todo el asunto.
Primero un tipo se acercó; tenía puesta una bata de doctor o de científico. Respiraba a través de una máscara y tenía unos lentes telescópicos, muy retráctiles y muy alargados. ¿Un disfraz...? A ciencia cierta no sabría decirlo, lo que sabría dar fe es que todos en la sala estábamos, cómo decirlo, ¿expectantes?, ¿maravillados? No sé. Diré nada más que estábamos viendo. Y mirábamos (¿expectantes?, ¿maravillados?) que el doctor/científico nos regresaba a ratos una mirada similar ¿expectante?, ¿maravillado?, mientras le daba por manipular algo en el escenario de un pequeño como-teatro.
Un reflector potente consumía la oscuridad alrededor y concentraba la luz que éste mismo emitía sobre lo que el doctor/científico estaba preparando.
En la habitación había frío, tanto como había oscuridad. Había también un poco de ruido, tan nimio como efectos luminiscentes se producían, apenas un murmullo de vez en cuando.
Yo estaba, más o menos, a 40 grados de una semicircunferencia. El doctor/científico estaba, más o menos, en el centro, en el grado cero de una semicircunferencia. Y la habitación tenía la forma de un transportador, lo que hacía relativamente fácil ubicar todo en coordenadas polares.
Una chica cerca de mi posición, a 30 grados de la semicircunferencia, empezó a balbucear que aquello era demasiado y además estúpido. La verdad es que yo apenas distinguía un poquito los movimientos que sucedían más adelante. Veía sí, al doctor/científico manipulando encima de una sábana una especie de bicho o mamífero, y lo tenía puesto sobre una mesita que por unos momentos le daba por moverse sola y el doctor ajustaba nuevamente (la mesita) asiéndola con el pie hasta sentirse cómodo y seguir con sus asuntos.
El doctor/científico podía haber estado haciendo una bomba, pensé, y me gustó mucho la idea. Podía ser un terrorista o alguien anárquico que impartía una clase de un modo muy didáctico, como en salón de universidad...
En un momento dado hubo un grito. Pero no llegó a más.
En otro momento, escuché decir a alguien que algo se movía en la mesita. Yo estiré todo lo que pude, todo, el cuello. No veía mayor cosa: algo con pelo, hecho de una textura parecida a la carne. Y que en efecto, se movía, convulsionaba. Pero según pude constatar, el escenario estaba como-fijo y por más que variara el ángulo de mi perspectiva, la cosa quedaba igual, es decir, no se podía ver nada bien de lo que el doctor/científico estaba lucubrando.
Yo me preguntaba cosas como ¿a qué hora y nos llega a matar ese doctor/científico?, y empecé a asustarme. Lo que más me aturdía es que no hubiera explicaciones. Y parecía que todos estaban de común acuerdo en que las cosas se dieran de esa manera. Y de pronto ¡Krump!, un shock eléctrico y la mesita, lo que yo creía que era una bomba y el doctor/científico o terrorista/anarquista salieron expelidos hacía la parte de atrás. Y de pronto caos, gritos, y todos –quise pensarlo así– corrían de un lado a otro, con la diferencia que nadie corría de un lado a otro y estaban quietos pero gritando. Aquello era raro. El reflector enfocaba; siempre, siempre hacia adelante. El doctor/científico ahora estaba inconsciente en el suelo del como-escenario. Yo, extrañamente, también estaba quieto, de pie pero sudando. Esperaba que sucediera, no sé, lo que tuviera que suceder. Y entonces, sucedió: un extraterrestre, no una bomba, sino un extraterrestre cabezón, con tentáculos salía de la sábana. Parecía una película y asustado tuve que levantarme rápido. Maldita sea. El extraterrestre, que ahora parecía más bien un robot, se apresuraba y venía por todos nosotros.
A mi alrededor, había muchos gritos, histeria, y ese tipo de cosas.
Era difícil admitirlo pero yo patéticamente sólo trataba de encontrar una salida a todo aquello. Había toda esa muchedumbre encerrada, pensé, a merced del extraterrestre/robot. La humanidad ahora sí que se va ir definitivamente al traste, dije, sin pensarlo tanto, y me dispuse a correr y huir pronto de allí.
Frente a todos nosotros el extraterrestre/robot creció espontáneamente. El reflector le daba toda esa fuerza. Tuve miedo en que fuera fotosensible o algo así; temblé, y fue entonces cuando caí en el suelo; pensé en el sol, en la energía del sol y en los poderes nuevos del extraterrestre/robot. Podía fácilmente aniquilarnos a todos en la sala.
Cuando caí, la gente se hizo con un silencio crepuscular y seguían sin moverse. Salvo levantarme y caminar, yo del puro susto no podía articular nada, ni siquiera un “levántense, vámonos, larguémonos, salgamos”. Nada.
Por fin, en la oscuridad y en medio de los gritos, me topé con la salida. Somaté y somaté hasta “salir” de bruces al exterior, un exterior todavía oscuro, pero exterior al fin de cuentas. Aún lograba oír los restablecidos gritos de las personas allí dentro y los horripilantes ruidos que hacía sin cesar el extraterrestre/robot fotosensible que venía por todos nosotros.
¡Por todos nosotros!
Aquel “exterior”, en realidad, era un pasillo largo, largo. Corrí y corrí sin ver atrás. Imaginaba ovnis, explosiones y todo tipo de rayos láser detrás de mí; y en todo lo que dejaba a mi paso: muertos, sí, muchos; sangre y desmembrados.
Seguí por el pasillo no recuerdo cuánto tiempo, ¿8, 10 minutos?; no lo recuerdo. Pero finalmente salí.
El centro comercial estaba a oscuras y el único guardia en existencia cuidaba (y se cuidaba) de todos los infelices que habíamos ido a la maldita y última función de otro estreno gringo y que, quizás como yo, salíamos de nuestras respectivas salas enfurecidos y profesando maldiciones.
Cuento aparece en Amalgamas Errantes (recopilatorio) Imagen: Iching de Nam June Paik

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La Maldición

>> 30 de mayo de 2010

Farewell, my black ballon
(if the weather had it's way with you)
La otra vez una maldición caía sobre la ciudad más mediocre del planeta. Se hubiesen enterado, estuvo realmente escalofriante y divertido. Todo un cataclismo. La tierra se movía y un ambiente diluviano se metía en medio de la conciencia de los seres más tontos de la Tierra. Yo lo veía todo desde una transmisión stream en mi computador. Aquello era fabuloso, déjenme decirles.
Primero, sí, lo primero, una avioneta se partió en pleno vuelo anunciando el principio del Apocalipsis mismo. Hizo un ruido inmenso, como el que sucede en ese nuevo juego Darksiders de la Play Station cuando algún tarado en el Cielo le da cuerda al Armagedón y hay que enmendar todo el maldito embrollo. Pero acá era un poco distinto el argumento. No había quién contra aquello, ni un ángel del Señor, ni el cuarto jinete del Apocalipsis ni nada como acontece en el videojuego. Estaban realmente jodidos esos humanitos.
Hagan de cuenta que de pronto, seguidamente al avionazo, pues un volcán, el más feo y más chiquito de todo el continente, se las apañó para convertirse en la mística puerta del infierno. La guerra celestial había comenzado en la pantalla de mi computadora, y sucedía todo en real-multimedia-stream-dolby-digital-audio. Vaya.
De un segundo a otro, hubo una deyección desde el volcán, el cielo se hizo de color negro exagerado y la lava, créanme, comenzaba a surgir desde las entrañas de la tierra violentamente. Los demonios salían chillando desde el propio infierno y al contacto con el cielo se evaporaban y se convertían en ceniza pura, en polvos negros y maléficos. (Hubo quienes –un grupo de paganos– sacrificaron a un periodista; lo tiraron en el cráter del volcán para lograr la calma. Pero el dato es apócrifo e intrascendental).
¡Guerra Santísima!, balbuceé hartándome un pan con frijoles. Los demonios morían y caían negros sobre la ciudad más mediocre del planeta, bien, pero la cosa iba a seguir; con un gran trueno se inauguró un portal a otra dimensión en la superficie de la atmósfera. En ese momento, la transmisión empezó a tener dificultades, pero en cuanto regresó la señal, oh por Dios, los restos de los demonios yacían por doquier completamente descuartizados como polvillo. Era fantástico. Los humanos de la ciudad más mediocre del planeta inhalaban esa maldad hecha polvo, se ponían bien locos y bien sucios. La ceniza les llegaba directo a los cerebros.
Yo me dije que eso sería el gran final, y casi apago la computadora. Por suerte, las cámaras que cubrían el evento, se precipitaron a otro lugar, más arriba, sobre las nubes, enfocaban un cielo siniestro; en la pantalla: resplandecía el portal a otra dimensión. Una vorágine flotante muy similar a la entrada del OutWorld del Mortal Kombat II, lo juro.
Entonces, comenzó a llover y a llover, esa era la parte más aburrida de la transmisión, pero de igual modo, me quedé observando. El morbo puede hacer cosas maravillosas en nosotros.
Pasaron casi 24 horas así para que finalmente escampara. Cuando salió un sol feliz en el cielo de la ciudad más mediocre del planeta, me levanté y habilité de inmediato la modalidad 3D de la nueva televisión Sony y la conecté a una de las salidas USB. Las imágenes, ¡oh, las repercusiones!, ¡se veía todo fabuloso y gigante!: los gritos, los ahogados, las inundaciones, unos perros bien inflados, las casas flotantes, lo puentes colapsados, la gente sin casa, el lodo, los derrumbes… Si este era el nudo de la narración, yo, con gran sinceridad, lo agradecía. Aplaudía como un enfermo.
Ya no podía quedar más por suceder. O eso pensé. Esperaba los créditos de la transmisión cuando el infierno, tan insistente como es, tiene métodos bajo las mangas. Así Satanás abrió una serie de agujeros bajo la ciudad más mediocre del universo, de hecho, las aberturas en la tierra eran analogías puntuales a los túneles de emergencia que utilizan los Locust en Gear of War de la Xbox. Los hoyos se tragaban casas de tres pisos completas, carreteras mal hechas y un sin fin de autos. Los humanos tenían un miedo tremendo. Las calles estaban desiertas y la ciudad, la más mediocre del universo, se estaba hundiendo poco a poco sin detenerse.
Maldita Guatemala.
imagen: breve recuerdo de Louise Bourgeois

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Ambiente artificial

>> 23 de mayo de 2010

I simply call it the bravery
of emptiness
La empresa nos quiere. A su modo pero nos quiere. Su deseo más sólido es que el personal se sienta feliz y no triturado. Así, el martes por la tarde Recursos Humanos tuvo una pasada, grande la pasada. La Empresa, por medio de correo electrónico, convocó a todos los empleados a la plataforma de suicidios instalada de modo reciente en el séptimo nivel del edificio.
Ya saben cómo Recursos Humanos se esfuerza por crear ambientes siempre artificiales para que uno no termine arrancando el monitor de la computadora del escritorio y resuelva por aventárselo al compañero de a la par o al jefe inmediato. Hasta cierto límite, lo mejor es dar continuidad a la propuesta de esos juegos.
La semana pasada era otra la dinámica. Recursos Humanos envío un correo a lo mejor un poco distinto: la Empresa ungiría con thinner todas las paredes del edificio. Imaginen. Llevarían a cabo el simulacro de un “siniestro”, darían una charla y todo. Y a todos nos encerrarían por varias horas corriendo de un lado a otro en busca de una salida.
Cuando los empleados de mantenimiento terminaron con las paredes y el thinner, el mundo era una localidad bastante borrosa, mareante; encerrados sin remedio estábamos lo suficiente drogados para encontrar la ruta de evacuación o una cajetilla de fósforos y ventilar de una buena vez el lugar con cada uno de los empleados dentro, en medio de los gases inflamables.
Lo cierto es que se trató de una tarde divertida. La del martes no la fue tanto. Me gustaría copiosamente ficcionar lo que sucede en la oficina, pero ni modo, cuando la realidad es tan contundente hay que acostumbrarse y decir la verdad.
Iba yo entre el rebaño de empleados hacia el séptimo nivel, a la convocatoria. Como uno podría imaginar en estos casos, todo el departamento de Contabilidad se había colado, iban hasta adelante, incluso corrían. Los otros avanzábamos resignados, a paso lento, viendo las gradas y nuestras jetas. Al llegar, al lado de un ventanal y el trampolín de reciente colocación, estaban los dueños de la Empresa; ellos: saludo de mano, sonrisa, palmadita en la espalda, aire huracanado y “adelante”. La petarda de Recursos Humanos, una enana narizona, apuraba a la gente, les hacía firmar un listado como cuando regalan el pavo en las navidades. Yo firmé debajo de mi nombre, faltaban unas 50 personas para mi turno. La de Recursos Humanos se detuvo un rato a contemplarme, yo le regresé una mirada de odio, acto seguido, sacó un separador con el logo de la Empresa, dijo feliz cumpleaños y se alejó. No era mi cumpleaños realmente, pero nadie ratificó la fecha y a nadie le importaba. El año pasado el separador traía pegado un chocolatito, esta vez traía una bala y un cupón de descuento en la compra de un arma. Vi el trampolín, los jefes dando palmaditas, y luego el cupón, la bala… Decidí celebrar mi “no cumpleaños” como siete niveles más abajo con un helado de frambuesa, con picante y manías.
Los de Contabilidad gritaban muy felices en el aire…
Imagen: Doloroso Desconcierto (Cai Guon-Qiang)

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Infomercial

>> 16 de mayo de 2010

And I find it kind of funny
I find it kind of sad
The dreams in which I'm dyin'
Are the best I've ever had
Hace poco que tengo el despertador a las 3 en punto de la mañana. Duermo intranquilo, me levanto gritando, despierto a los vecinos y enciendo la tele.
Y es la tele de las madrugadas la que me causa enorme interés. Me he vuelto adicto a los informerciales: siempre necesito cosas que no necesito. Entonces presto atención; ya estoy despierto.

Cuando la tele deja de ser estática aparece Mr T, todo sonrisas él, en la pantalla. A su lado hay un pollo frito: tierno, jugoso, muerto, delicioso. Mario Baracus tiene un delantal y no un arma; con un arma tiempo atrás nos enseñaba a cruzar las calles, con un arma a respetar cosas, cosas como las mamás o los animalitos. Hoy nos enseña a usar un nuevo súperhorno. Sin armas, a cocinar pollo frito.

Cambio de canal, y allí está esa ex asquerosa gorda hipersimpática, extra delgada. Frente a ella, una bandeja con lo que sería la analogía de sus entrañas extraídas. Pero no, ella se metió unas cuantas pastillas y ante su foto de gorda, presume que ha mejorado como persona, que tiene ganado el cielo, que todo en la vida ha cambiado para siempre y que la humanidad es algo muy hermoso.

Lo mismo en el siguiente canal y en el otro. Todo el cable cundido de ¿esperanza? Y uno ya sólo puede sentirse desesperado. No tenemos el cielo ganado, no, mientras buscamos el espejo a ver en qué podemos mejorarnos. Y ya viéndonos nada mesomórficos encontramos la respuesta en un infomercial. Pero de madrugada las ideas son truculentas y las necesidades que fomenta la tele se vuelven un poco confusas. Así Mr T está anunciando su horno, al mismo tiempo, una crema para la disfunción eréctil, tras su delantal hay un bulto que es objeto de atención de la cámara a cada rato mientras Mario Baracus se entretiene con unas berenjenas al vapor. La tele anuncia en otro canal unos supositorios efervescentes, con sabor, aroma y color rojo, verde y azul. En otro canal las frases son exquisitas, tipo: “Es el ser ideal pero siempre le falta algo: adquiera nuestras feromonas artificiales”, “Jesús es el camino, la verdad y la vida”, “Adelgace ahora mismo, baje esas libras demás: ¡deprímase!, lo conseguirá en un abrir y cerrar de ojos”, “Enmagrezca y disminuya el tamaño de su pene”, “No eres mal amante, pero puedes mejorar”, “No pierdas el cabello, quítatelo con el tratamiento de alopecia”, “¿Tu cara es bonita y radiante? La nueva moda es el acné…”. Y cosas así que te hacen sentir muy triste durante las madrugadas.

Empiezas a marcar los números de la pantalla, hay tono pero nadie contesta. Lo paradójico es que todos atienden en horas hábiles. Afuera ya amanece, te diriges hacia tu trabajo completamente desdichado. Observas a los demás en cada esquina y piensas que a ellos, tan poco agraciados, tan echados todos a perder, tampoco les han contestado sus llamadas. Que la vida en realidad no tiene ningún tipo de solución y ya sólo piensas en pegarte un balazo con el arma del guardia de seguridad con un parecido increíble a Mr. T del banco sobre la 7ª. avenida.
Imagen: de la serie Áreas de Traslado (Ángel Poyón)

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Crisis

>> 2 de mayo de 2010

Crisis. La otra vez entré en una crisis nerviosa, ya saben, patalear, sacar espuma por la boca, anhelar algo imposible (terminado), balbucear, hacerse una bolita entre las chamarras, desnudarse y pegar la pelotudez a la ventana que da a la calle, tirarse y agonizar un rato en una esquina de la casa como un pez fuera del agua, hiperventilar, comer mocos ajenos que seguramente quedan bajo una mesa, meterse en la bañera con cuatro ponchos encima y abrir a alta presión la regadera, martillarse un testículo, gritar por el ducto de la basura que “!Cristo vive!, ¡Cristo vive!”, acuchillarse el brazo varias veces, tener un pánico a las lombrices de tierra desde el cuarto nivel de un edificio, darle de comer a la tostadora y acariciarla unas mil veces, inventar un cuento hermoso sobre un quiasmo esquizofrénico, creer definitivamente que el oxímoron es un insecto de dos cabezas y no otra cosa por 24 segundos, hacer uso de un banquito y ver si alcanza para conseguir llegar al cielo de la sala-comedor, el nudo de una soga en el cuello, ahorcarse, asfixiarse… Matarse dando un saltito …asfixiarse, ahorcarse, el nudo (roto) de una soga en el cuello, hacer uso de un banquito y ver si alcanza para conseguir bajar del cielo de la sala-comedor, creer definitivamente que el oxímoron es un insecto de dos cabezas y no otra cosa por 24 segundos, inventar un cuento hermoso sobre un quiasmo esquizofrénico, darle de comer a la tostadora y acariciarla unas mil veces, tener un pánico a las lombrices de tierra desde un cuarto nivel de un edificio, acuchillarse el brazo varias veces, gritar por el ducto de la basura que “!Cristo vive!, ¡Cristo vive!”, martillarse un testículo, meterse en la bañera con cuatro ponchos encima y abrir a alta presión la regadera, comer mocos ajenos que seguramente quedan bajo una mesa, hiperventilar, tirarse y agonizar un rato en una esquina de la casa como un pez fuera del agua, desnudarse y pegar la pelotudez a la ventana que da a la calle, hacerse una bolita entre las chamarras, anhelar algo imposible (terminado), sacar espuma por la boca, patalear, ya saben, la otra vez entré en una crisis nerviosa. Crisis.
Así unas cuatro horas. En ese orden por el estilo. Unas cuatro horas y quince minutos.
Imagen: Sierpinski Carpet (un fractal)

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