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Ambiente artificial

>> 23 de mayo de 2010

I simply call it the bravery
of emptiness
La empresa nos quiere. A su modo pero nos quiere. Su deseo más sólido es que el personal se sienta feliz y no triturado. Así, el martes por la tarde Recursos Humanos tuvo una pasada, grande la pasada. La Empresa, por medio de correo electrónico, convocó a todos los empleados a la plataforma de suicidios instalada de modo reciente en el séptimo nivel del edificio.
Ya saben cómo Recursos Humanos se esfuerza por crear ambientes siempre artificiales para que uno no termine arrancando el monitor de la computadora del escritorio y resuelva por aventárselo al compañero de a la par o al jefe inmediato. Hasta cierto límite, lo mejor es dar continuidad a la propuesta de esos juegos.
La semana pasada era otra la dinámica. Recursos Humanos envío un correo a lo mejor un poco distinto: la Empresa ungiría con thinner todas las paredes del edificio. Imaginen. Llevarían a cabo el simulacro de un “siniestro”, darían una charla y todo. Y a todos nos encerrarían por varias horas corriendo de un lado a otro en busca de una salida.
Cuando los empleados de mantenimiento terminaron con las paredes y el thinner, el mundo era una localidad bastante borrosa, mareante; encerrados sin remedio estábamos lo suficiente drogados para encontrar la ruta de evacuación o una cajetilla de fósforos y ventilar de una buena vez el lugar con cada uno de los empleados dentro, en medio de los gases inflamables.
Lo cierto es que se trató de una tarde divertida. La del martes no la fue tanto. Me gustaría copiosamente ficcionar lo que sucede en la oficina, pero ni modo, cuando la realidad es tan contundente hay que acostumbrarse y decir la verdad.
Iba yo entre el rebaño de empleados hacia el séptimo nivel, a la convocatoria. Como uno podría imaginar en estos casos, todo el departamento de Contabilidad se había colado, iban hasta adelante, incluso corrían. Los otros avanzábamos resignados, a paso lento, viendo las gradas y nuestras jetas. Al llegar, al lado de un ventanal y el trampolín de reciente colocación, estaban los dueños de la Empresa; ellos: saludo de mano, sonrisa, palmadita en la espalda, aire huracanado y “adelante”. La petarda de Recursos Humanos, una enana narizona, apuraba a la gente, les hacía firmar un listado como cuando regalan el pavo en las navidades. Yo firmé debajo de mi nombre, faltaban unas 50 personas para mi turno. La de Recursos Humanos se detuvo un rato a contemplarme, yo le regresé una mirada de odio, acto seguido, sacó un separador con el logo de la Empresa, dijo feliz cumpleaños y se alejó. No era mi cumpleaños realmente, pero nadie ratificó la fecha y a nadie le importaba. El año pasado el separador traía pegado un chocolatito, esta vez traía una bala y un cupón de descuento en la compra de un arma. Vi el trampolín, los jefes dando palmaditas, y luego el cupón, la bala… Decidí celebrar mi “no cumpleaños” como siete niveles más abajo con un helado de frambuesa, con picante y manías.
Los de Contabilidad gritaban muy felices en el aire…
Imagen: Doloroso Desconcierto (Cai Guon-Qiang)

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