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Argumentos contra el axioma

>> 9 de mayo de 2011


Reseña aparece en RARA

Y a la razón, el gran paradigma de lo obvio. Que es mantener la sensatez en el estado más puro y equilibrado de la normalidad. El valor cero del cuestionamiento en el trabajo consuetudinario de los sentidos. Dios nos guarde de desconfiar pues la sospecha nos expone rápido de injuriosos, infidentes y malditos. Algo así como mejor lo aceptamos de una vez y ya decimos que andamos –los humanoides– subidos de axioma en axioma en la heredada veracidad de la realidad. Nacer así, porque sí; crecer luego así por lo mismo y morir igual, que qué más da.

Y ya con eso, mejor no insultar la autenticidad de este mundo. Pues lo auténtico de este mundo lleva por sinónimo la inercia.

A menos, claro, nos atrevamos desde el bando de lo antípoda y de una decidida vez –en lo anormal– nos apropiemos de un nombre como el de Norman Morales e impugnar con ello los teoremas de la existencia.

Tal fue lo que –a merced del paradigma– un injurioso Norman hizo allá en la galería La Fábrica el noviembre recién pasado. Con 10 esculturas presentó sus propios Argumentos contra el axioma. Un título que si uno se da por enterado, anda por el género de la paráfrasis (textual) con respecto a alguno que otro planteamiento indicado por el sicólogo social Erich Fromm.

Si Fromm pataleaba por el sicoanálisis de la adaptabilidad y lo benéfico/contradictorio de sentirse “normal”, Norman sufría aquí con sus argumentos –en forma de instalaciones hechas con madera y cartones corrugados– un arrebato por cuestionar aquello que, desde lo condescendiente, inevitablemente se tiende a dar por aceptado. Tal el conflicto de indagar en lo convencional y amplificarlo, como sucedió en aquellas obras de Norman, de modo sutil y elegante.

Con la apariencia, Norman planteó lo lúdico desde lo obvio. Y en lo estético, descolocó las evidencias de la apariencia. Digamos que –en su sentido semántico– era un trabajo de convergencias y contradicciones, desde donde el artista curioseaba en la forma de sugestionar la percepción de los descuidados espectadores.

Así, el gran estimulante podría decirse que ocurría desde los contrapesos y la perspicacia afectada de los sentidos. Los objetos gigantes, por ejemplo, nada más colocados, como inertes, validaban el concepto de la gravedad al mismo tiempo que lo modificaban. Esto debido a su meticulosa construcción de alta fidelidad elaborada con algo tan liviano como el cartón corrugado.

He allí donde se producía el argumento, e implícito, un cuestionamiento sobre los axiomas. Donde la gravedad y sus constantes 9.8 metros sobre el segundo al cuadrado, no constituían ni sustraían nada en el concepto de “peso” en ninguno de los objetos. Pero sí afectaba las cogniciones de los asistentes.

Quizá los atentos y avispados se las olfateaban desde lo empírico –tal Hume, Locke o Berkeley–, ya saben, desde la experiencia como acto sensible de la circunstancia. Y si se andaba así por las lindes de lo escéptico, de la muestra se decía que no hay la absoluta certeza de las cosas a menos que podamos comprender la impresión desde la práctica de los sentidos.

En ese plan, un telescopio ciego de Norman, hecho a escala, buscaba persuadir la percepción y, a través de su rigurosa fabricación de cartón, emular una inmediata referencia en su contraparte concreta: aquella que consta de lentes, un ajuste de foco, montura, contrapeso, trípode y que además sirve para ver las estrellas.

Norman jugaba así con nuestra particular experiencia del mundo, y planteaba una referencia de nuestros axiomas perceptibles desde los objetos. La función recontextualizada de cada uno de ellos en la muestra, si bien era la inutilidad, creaba énfasis en la noción que tenemos de ellos.

Una mesa de dibujo, una especie de grúa y la ingravidez de su “equilibrio”, una frágil jaula de pájaro, mesas que redimensionaban la luz, pergaminos y cuadros que defragementaban una situación cotidiana, emprendían en conjunto la responsabilidad de crear la retórica del oxímoron desde lo leve y la dificultad de investigar su representación. Finalmente, cada elemento construía una individualidad a partir de un argumento que se escondía, como algo verdadero, en la falsa circunstancia de su propia realidad.


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