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Cuando los personajes se quejan

>> 13 de junio de 2010

And she screamed out kicking on her side and said
I've lost control again
Ya me doy por pleno enterado que los escritores tienen el cerebro profundamente atrofiado. Están locos, hay que decir. Son una mierda. Si lo sabré yo (a veces escribo, cierto) que cada vez que alguien dice “Hola, soy fulanito y soy escritor”, rápido, muy, muy rápido hay que buscar un bate de beisbol, o lo que se tenga a la mano, y moler a palos al maldito. Explico, pues, que toparse con un escritor es peligrar demasiado, si hay contacto, ya te jodiste. La atrofiada cabeza del escritor es una recámara vacía, que no tiene una idea, hasta que te tiene enfrente, y entonces: un personaje.
De repente recibes llamadas de escritores en la madrugada, su intención únicamente es preguntar por el nombre de aquella tía tuya que mencionaste durante la sobremesa y que de chiquito te agarraba a escobazos sin razones aparentes. “Es para mi novela”, justifica la voz en el teléfono y hay que colgar, colgar fuerte, que se note la molestia.
Ah, pero en esta vida hay tantos organismos encantadores. El escritor sabe de esas cosas. Es cierto que el mundo es una mierda, no se puede discutir sobre algo semejante, no es necesario. Es contexto. Y dentro del contexto, que es una mierda, aparecen seres encantadores de vez en cuando, que quieren figurar de cualquier cosa, ahora que se puede, con tanta tecnología y ese tipo de cuestiones, ya saben, prepondera ser alguien en algún lugar. La literatura es el lugar más peligroso para ser alguien. Llueven, con esta intención, los calzones desde algún rincón obscuro de personalidad hasta alcanzar al escritor, al maldito, que sería bueno desaparecer de una buena vez y punto. “Quiero que escribas algo sobre mí”, o, mejor aún, “¿Seré yo acaso la protagonista de tu nueva novela?”, preguntan. Y ya con eso no se puede.
En todo caso, el escritor te hará quedar mal, así funcionan las cuartillas, una tras otra, dibujando alteridades de personajes reales. Y luego, por supuesto, todo el mundo se queja. La historia es profunda, hermosa, qué sé yo, el mejor libro del universo, pero, joder, la mataste, las violaste, o le pusiste un tutú en medio de una película snuff. Se quejan.
Lo mismo me pasó la otra vez. Amanecí con una prosopopeya a la par, la más hermosa de las prosopopeyas con la cual uno puede amanecer a la par, le había hecho harto daño en la cuartilla, en realidad una fatuidad, pero allí la tenían, una furia de gritos y golpes que laceraron la consciencia, tanto, que tuve que cerrar un blog, cancelar una novela, reescribir un cuento, parar las rotativas de un diario.
Yo igual, con una sonrisa un tanto pendeja, me quejo de que los personajes se subleven y se tengan tanto que quejar.
Imagen: Personaje de Roberto Cabrera (Alejandro Marré)

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