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Santa Existe

>> 20 de diciembre de 2010

Texto aparece en Magacín Siglo XXI
Lo que sucedía aquella Noche Buena era una locura extraordinaria. Uno veía la tele, los noticiarios, y todos –eso a lo que le dicen raza humana– estaban jodidamente preparados. Si salías a la calle, el espectáculo era maravilloso. Veías los tanques, los helicópteros, las armas, los misiles, las granadas, los soldados, la gente gritando como loca; niños huérfanos acá y por allá. Demencia, eso era lo que documentaban las pantallas. Y así de mal andaban las cosas. En principio, pues, nadie se lo esperaba. La aparición había tomado al mundo entero por sorpresa. Y la sorpresa se debe tomar siempre con desesperación, o no puedes ya con nada.

La idea era actuar sin calma. La idea era hacerlo contagioso. Había gente, por ejemplo, bien inquieta con un palo en la mano que se quedaba viendo hacia el cielo con un gesto de estar buscando algo en algún punto inexplicable. Había quienes eran más sofisticados y prudentes, tenían machetes o cuchillos bien afilados, y se parapetaban, y no salían, y no comían, y se asomaban en muy raras ocasiones a la faz de las calles, y veían al cielo, y creían las noticias, y se asustaban, y, entonces, se desesperaban viendo hacia todas partes, y se volvían a ocultar.

Como se sabe, para estas situaciones –para funcionar de este modo–, lo principal también es tener mucha fe. Y cuando se tiene tanta fe y acontece todo eso en lo que se cree (aun con la ausencia de las evidencias), lo habitual es empezar a sustituir la fe por otra cosa. En ese sentido, un palo o una granada no sonaban del todo mal.

La humanidad estaba así toda armando conjeturas. La primera suposición vino desde la aparición de un video casero en alta definición. Había sido filmado en un pueblito de Alaska, unos meses atrás a toda la locura de la Navidad. Era apenas junio (o julio) cuando un tal Nanuk Vakulinchuk, esquimal con ascendencia rusa, captó en video la nueva instalación de una jardinera un poco absurda en la fachada de su residencia; allí reía Vakulinchuk de pura felicidad, y luego, dejaba la cámara puesta en un trípode. Entonces sucedía: sobre la casa de Vakulinchuk estaba esta figura humanoide, un poco obesa, moviéndose, olfateando, examinando la chimenea de la casa. La silueta –se alcanzaba a distinguir– tenía el traje de Santa puesto en pleno junio (o julio) y eso, en definitiva, no era normal, sobre todo porque luego la figura se daba cuenta de la cámara, y acto seguido, se lanzaba al patio trasero de Vakulinchuk, un reno salía entonces en todo el encuadre estorbando la posibilidad de cualquier continuidad.

El video le dio la vuelta al mundo. Habían avistado a Santa en plena acción. Santa existía. Era algo real, en video, pero real. O al menos eso parecía.

Se generaban ya grandes debates en todos lados sobre la credibilidad del video cuando sucedió la oleada. Era agosto (u octubre) y el tipo disfrazado de Santa volvió a aparecer. Esta vez fue en Suiza. También en Japón. Luego fue el turno para Argentina. Y por último, algo tan insólito como ver un trineo de Santa volando en pleno Brasil. Este video era el más borroso de todos, pero el único donde se tenía registrada la existencia de un trineo volador (los renos no se alcanzaban a distinguir).

Además, todos los Santas parecían ser el mismo Santa. La misma complexión, el mismo lenguaje corporal. Esa era la síntesis de los analistas dedicados a estos videos. Son iguales, decían.

La gente de todas las latitudes estaba atenta al extraño fenómeno. Se acercaba diciembre y se contabilizaban por lo menos 765 avistamientos. De estos una gran cantidad tenía una buena resolución. El Santa de Noruega era el más contundente. Salía riendo y por una cuestión afortunada de ángulos de cámara se distinguían los rasgos de un anciano. En Sudáfrica, un niño (mocos y llanto) filmó con su teléfono celular a un reno plantado en la parte alta de un edificio.

Era sólo cuestión de esperar a que sobreviniera el desastre. Aceptada la existencia de Santa –asunto inevitable gracias a toda la evidencia–, los gobiernos empezaron a manifestarse. ¿Qué podían hacer? La ONU realizó una sesión de emergencia. Si aquello era cierto debían actuar, pronunciarse, hacer algo. Asesorados los representantes del G8 salían de sendas charlas con científicos y expertos que por lo regular aparecían ante los media con batas blancas y gafas gruesas. Su argumento, ante todo, era dimitir de la fe. Santa no existía para ellos. Era algo que debía tener explicación.

Fue en ese determinado momento cuando lo soltaron: se hablaba de una invasión de seres venidos del espacio exterior. Esta teoría tuvo repercusiones mediáticas y fue la más aceptada por la comunidad científica. Con ello, la gente ya no comía ni dormía; buscaba artefactos contundentes, de defensa; se escondían. La humanidad, vamos, empezaba a enloquecer.

Con los ejércitos avisados y un botón rojo como lo único que separaba al mundo del holocausto nuclear, diciembre y su maldita Navidad cada vez estaba más cerca…

La noche del 24 de diciembre batallones de todo el planeta disparaban hacia el aire. Disparaban a lo que se moviera. Ya en México se reportaba un avión derribado por un misil gringo. El líder supremo Kim Jong-il, desde Corea del Norte, decía haber visto a Santa y había dejado ir una bomba nuclear hacia una Corea del Sur ahora destruida en su totalidad… Y entonces… a las 11 de la noche, la cadena CNN publicaba la evidencia: desde Chile, un carruaje rojo, en medio de una balacera, surcaba los aires, esquivando, maniobrando, escondiéndose entre las nubes... Hubo un terrible impasse mundial por varios segundos.

A la mañana siguiente, es decir, Navidad, nadie en el mundo entero había recibido un solo regalo. Santa sí existía, Santa estaba vivo, pero varios dudaban, armas a la mano, a la espera de un nuevo video…

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