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La Maldición

>> 30 de mayo de 2010

Farewell, my black ballon
(if the weather had it's way with you)
La otra vez una maldición caía sobre la ciudad más mediocre del planeta. Se hubiesen enterado, estuvo realmente escalofriante y divertido. Todo un cataclismo. La tierra se movía y un ambiente diluviano se metía en medio de la conciencia de los seres más tontos de la Tierra. Yo lo veía todo desde una transmisión stream en mi computador. Aquello era fabuloso, déjenme decirles.
Primero, sí, lo primero, una avioneta se partió en pleno vuelo anunciando el principio del Apocalipsis mismo. Hizo un ruido inmenso, como el que sucede en ese nuevo juego Darksiders de la Play Station cuando algún tarado en el Cielo le da cuerda al Armagedón y hay que enmendar todo el maldito embrollo. Pero acá era un poco distinto el argumento. No había quién contra aquello, ni un ángel del Señor, ni el cuarto jinete del Apocalipsis ni nada como acontece en el videojuego. Estaban realmente jodidos esos humanitos.
Hagan de cuenta que de pronto, seguidamente al avionazo, pues un volcán, el más feo y más chiquito de todo el continente, se las apañó para convertirse en la mística puerta del infierno. La guerra celestial había comenzado en la pantalla de mi computadora, y sucedía todo en real-multimedia-stream-dolby-digital-audio. Vaya.
De un segundo a otro, hubo una deyección desde el volcán, el cielo se hizo de color negro exagerado y la lava, créanme, comenzaba a surgir desde las entrañas de la tierra violentamente. Los demonios salían chillando desde el propio infierno y al contacto con el cielo se evaporaban y se convertían en ceniza pura, en polvos negros y maléficos. (Hubo quienes –un grupo de paganos– sacrificaron a un periodista; lo tiraron en el cráter del volcán para lograr la calma. Pero el dato es apócrifo e intrascendental).
¡Guerra Santísima!, balbuceé hartándome un pan con frijoles. Los demonios morían y caían negros sobre la ciudad más mediocre del planeta, bien, pero la cosa iba a seguir; con un gran trueno se inauguró un portal a otra dimensión en la superficie de la atmósfera. En ese momento, la transmisión empezó a tener dificultades, pero en cuanto regresó la señal, oh por Dios, los restos de los demonios yacían por doquier completamente descuartizados como polvillo. Era fantástico. Los humanos de la ciudad más mediocre del planeta inhalaban esa maldad hecha polvo, se ponían bien locos y bien sucios. La ceniza les llegaba directo a los cerebros.
Yo me dije que eso sería el gran final, y casi apago la computadora. Por suerte, las cámaras que cubrían el evento, se precipitaron a otro lugar, más arriba, sobre las nubes, enfocaban un cielo siniestro; en la pantalla: resplandecía el portal a otra dimensión. Una vorágine flotante muy similar a la entrada del OutWorld del Mortal Kombat II, lo juro.
Entonces, comenzó a llover y a llover, esa era la parte más aburrida de la transmisión, pero de igual modo, me quedé observando. El morbo puede hacer cosas maravillosas en nosotros.
Pasaron casi 24 horas así para que finalmente escampara. Cuando salió un sol feliz en el cielo de la ciudad más mediocre del planeta, me levanté y habilité de inmediato la modalidad 3D de la nueva televisión Sony y la conecté a una de las salidas USB. Las imágenes, ¡oh, las repercusiones!, ¡se veía todo fabuloso y gigante!: los gritos, los ahogados, las inundaciones, unos perros bien inflados, las casas flotantes, lo puentes colapsados, la gente sin casa, el lodo, los derrumbes… Si este era el nudo de la narración, yo, con gran sinceridad, lo agradecía. Aplaudía como un enfermo.
Ya no podía quedar más por suceder. O eso pensé. Esperaba los créditos de la transmisión cuando el infierno, tan insistente como es, tiene métodos bajo las mangas. Así Satanás abrió una serie de agujeros bajo la ciudad más mediocre del universo, de hecho, las aberturas en la tierra eran analogías puntuales a los túneles de emergencia que utilizan los Locust en Gear of War de la Xbox. Los hoyos se tragaban casas de tres pisos completas, carreteras mal hechas y un sin fin de autos. Los humanos tenían un miedo tremendo. Las calles estaban desiertas y la ciudad, la más mediocre del universo, se estaba hundiendo poco a poco sin detenerse.
Maldita Guatemala.
imagen: breve recuerdo de Louise Bourgeois

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