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Argumentos contra el axioma

>> 9 de mayo de 2011


Reseña aparece en RARA

Y a la razón, el gran paradigma de lo obvio. Que es mantener la sensatez en el estado más puro y equilibrado de la normalidad. El valor cero del cuestionamiento en el trabajo consuetudinario de los sentidos. Dios nos guarde de desconfiar pues la sospecha nos expone rápido de injuriosos, infidentes y malditos. Algo así como mejor lo aceptamos de una vez y ya decimos que andamos –los humanoides– subidos de axioma en axioma en la heredada veracidad de la realidad. Nacer así, porque sí; crecer luego así por lo mismo y morir igual, que qué más da.

Y ya con eso, mejor no insultar la autenticidad de este mundo. Pues lo auténtico de este mundo lleva por sinónimo la inercia.

A menos, claro, nos atrevamos desde el bando de lo antípoda y de una decidida vez –en lo anormal– nos apropiemos de un nombre como el de Norman Morales e impugnar con ello los teoremas de la existencia.

Tal fue lo que –a merced del paradigma– un injurioso Norman hizo allá en la galería La Fábrica el noviembre recién pasado. Con 10 esculturas presentó sus propios Argumentos contra el axioma. Un título que si uno se da por enterado, anda por el género de la paráfrasis (textual) con respecto a alguno que otro planteamiento indicado por el sicólogo social Erich Fromm.

Si Fromm pataleaba por el sicoanálisis de la adaptabilidad y lo benéfico/contradictorio de sentirse “normal”, Norman sufría aquí con sus argumentos –en forma de instalaciones hechas con madera y cartones corrugados– un arrebato por cuestionar aquello que, desde lo condescendiente, inevitablemente se tiende a dar por aceptado. Tal el conflicto de indagar en lo convencional y amplificarlo, como sucedió en aquellas obras de Norman, de modo sutil y elegante.

Con la apariencia, Norman planteó lo lúdico desde lo obvio. Y en lo estético, descolocó las evidencias de la apariencia. Digamos que –en su sentido semántico– era un trabajo de convergencias y contradicciones, desde donde el artista curioseaba en la forma de sugestionar la percepción de los descuidados espectadores.

Así, el gran estimulante podría decirse que ocurría desde los contrapesos y la perspicacia afectada de los sentidos. Los objetos gigantes, por ejemplo, nada más colocados, como inertes, validaban el concepto de la gravedad al mismo tiempo que lo modificaban. Esto debido a su meticulosa construcción de alta fidelidad elaborada con algo tan liviano como el cartón corrugado.

He allí donde se producía el argumento, e implícito, un cuestionamiento sobre los axiomas. Donde la gravedad y sus constantes 9.8 metros sobre el segundo al cuadrado, no constituían ni sustraían nada en el concepto de “peso” en ninguno de los objetos. Pero sí afectaba las cogniciones de los asistentes.

Quizá los atentos y avispados se las olfateaban desde lo empírico –tal Hume, Locke o Berkeley–, ya saben, desde la experiencia como acto sensible de la circunstancia. Y si se andaba así por las lindes de lo escéptico, de la muestra se decía que no hay la absoluta certeza de las cosas a menos que podamos comprender la impresión desde la práctica de los sentidos.

En ese plan, un telescopio ciego de Norman, hecho a escala, buscaba persuadir la percepción y, a través de su rigurosa fabricación de cartón, emular una inmediata referencia en su contraparte concreta: aquella que consta de lentes, un ajuste de foco, montura, contrapeso, trípode y que además sirve para ver las estrellas.

Norman jugaba así con nuestra particular experiencia del mundo, y planteaba una referencia de nuestros axiomas perceptibles desde los objetos. La función recontextualizada de cada uno de ellos en la muestra, si bien era la inutilidad, creaba énfasis en la noción que tenemos de ellos.

Una mesa de dibujo, una especie de grúa y la ingravidez de su “equilibrio”, una frágil jaula de pájaro, mesas que redimensionaban la luz, pergaminos y cuadros que defragementaban una situación cotidiana, emprendían en conjunto la responsabilidad de crear la retórica del oxímoron desde lo leve y la dificultad de investigar su representación. Finalmente, cada elemento construía una individualidad a partir de un argumento que se escondía, como algo verdadero, en la falsa circunstancia de su propia realidad.


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Campana Abaj': El marcador del tiempo

>> 26 de marzo de 2011



Publicado en Magacín
Por Oswaldo J. Hernández


A la mitad de una montaña varias decenas de linternas parecen luciérnagas revoloteando en la oscuridad helada de las 3:30 de la mañana. Son casi 50 las personas que avanzan/escalan entre la penumbra, el lodo, el frío y la lluvia tratando de demarcar un sendero en línea recta hacia la cima de Campana Abaj’, una de las montañas más altas de Totonicapán, cuya cumbre se ubica a casi 3 mil metros de altura sobre el nivel del mar.

Los caminantes saben que a esa hora de la madrugada el reloj ya ha movido las agujas y con ello se ha dado por iniciado el primer día de la primavera. Hoy es lunes 21 de marzo, y faltan apenas unas cuantas horas para que al amanecer, cuando se produzca el equinoccio vernal, el Sol trace una línea recta con la luna, y ambos astros (uno exactamente en el este y otro exactamente en el oeste) sean visibles en el cielo, desde la cima de la montaña.

El Sol, según los pronósticos de las noticias, tiene anunciada su salida a las 6:09 de la mañana de este lunes. La misión de todos es llegar antes de que eso suceda. Por ello, lo único que importa de momento es la prisa, pasar los charcos sin reparar demasiado en el agua que entra en los zapatos, o el dolor de pisar las rocas filosas, o el miedo a resbalar en el lodazal.

–Allá arriba se igualará el día con la noche–. La situación la pone así de clara Carlos Escalante, uno de los Ajq’ijab’ (guías espirituales mayas) que, trazando una cuña luminosa con su linterna, camina con todo el grupo en medio de la oscuridad. Tras sus párpados apagados y sus arrugas que pueden conferirle el grado de “abuelo”, don Carlitos (como le llaman todos en el Altiplano) agrega también que no sólo ese dato es importante; hay algo extra en el lugar al cual se dirige la comitiva mientras dan un nuevo paso en busca de la cumbre, donde a lo mejor no está nublado, donde quizá rebasen las nubes y la lluvia finalmente deje de caer. Entonces él explica que “en lo más alto de Campana Abaj’ existe un marcador de tiempo que hasta hace poco no era conocido”.

Así, cada amanecer de los días 21 de marzo y 22 de septiembre (fechas del inicio de los equinoccios de primavera y otoño, respectivamente), como cuenta don Carlitos, se produce un fenómeno único:

–El Sol traza su recorrido a través de unas rocas y marca así el inicio de la siembra (en marzo) y el tiempo propicio para la cosecha (en septiembre). La montaña marca los 2 equinoccios que suceden cada año y hace evidente la relación que existe entre el ser humano, el tiempo y el espacio–.

Todo eso acontece cada año a 3 mil metros de altura, sobre las nubes, sobre el occidente de Guatemala...

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La historia del marcador de tiempo en Campana Abaj’ “recomenzó” (entre comillas) en 2004. Para esa fecha, su secreto había sido guardado con recelo a lo largo de un siglo entero.

En medio de la caminata de lodo, piedras y lluvia, los abuelos de ahora te dicen que fueron los abuelos de antes quienes, tras los embates de la Reforma Liberal de 1871 y el sometimiento brutal al que fueron obligados los pueblos indígenas durante el régimen de Justo Rufino Barrios, empezaron a no decir una sola palabra acerca del lugar y decidieron mantener seguro el gran misterio que se ocultaba en la cima de la montaña.

Don Carlitos explica que salvo en la memoria de un puñado de Ajq’ijab’, algunos sacerdotes mayas y una docena de abuelos, el marcador del tiempo de Campana Abaj’ era algo desconocido.

–Tiempo después, los datos del marcador y su función astronómica se perdieron por completo durante los 36 años de Conflicto Armado Interno en Guatemala. Los abuelos querían protegerlo a toda costa y las generaciones emergentes dejaron de recibir la información–, explican unas voces agitadas detrás de las linternas.

Luego señalan que quizá el último de los tatas que tenía conocimiento sobre el marcador de equinoccios fue quien le contó esta historia a Jean Paul Métaillé. Métaillé era un francés cuarentón de quien se dice que era un tipo desgarbado, pelo ralo, ojos azules, que andaba perdido en Centroamérica a principios de 2004, muy interesado en investigar los sitios ceremoniales más relevantes de Guatemala.

–Tratamos de buscar a aquel abuelo que habló con Métaillé y que, como creemos, vivía en esta montaña. Pero luego de su magnífico relato sobre los equinoccios en la cumbre de la montaña, nadie, nadie supo ni ha podido dar con él–, dice el Ajq’ijab’, Juan Yax.

–A la fecha, se cree que quizás ese abuelo era el modo que usó uno de los espíritus de la montaña para presentarse–, comenta alguien en la oscuridad.

El 21 de marzo de 2005, no obstante, los Ixchiu, una de las familias más comprometidas con la región, involucrada en política, cultura, parte activa de la alcaldía indígena de los 48 cantones de Totonicapán, subió a Campana Abaj’ en compañía de Métaillé. Se trataba de la primera vez que se documentó el fenómeno astronómico de manera presencial en más de 50 años; además se registró con una cámara de video y algunas fotografías.

Ante esto, don Carlitos guarda silencio y frena la caminata de repente, los cristales de sus anteojos brillan en tanto alza la vista y mira hacia el cielo, donde a esta hora de la madrugada (3:55 A.M.) la Luna asoma en medio de un cielo despejado, entre las copas de los árboles. Luego, con un tono optimista dice que esos documentos (investigador francés, video y fotos) han sido los antecedentes más fieles para organizar La Comisión Menor del Tiempo y el Espacio.

Este comité se reúne en Quetzaltenango desde hace más de un año, y entre sus objetivos principales, “aupando” fuerzas con varios colectivos artísticos, algunos Ajq’ijab’ y otras personas interesadas en el tema, se encuentra el estudio de la relación del tiempo, el espacio y el ser humano desde la cosmovisión de la cultura indígena ancestral.

–Cada vez hay menos conciencia de nuestro mundo y la manera en que nosotros, los humanos, nos relacionamos con él–, dice don Carlitos y resalta que las puertas de la Comisión están siempre abiertas para todo el que desee fomentar la conciencia sobre el tiempo.

Agrega también que antes de que llegue el importante cambio del año 2012 (que según los Ajq’ijab’ se trata de “un período de cambios, donde se cierra un Katún –lapso de 52 años– y empieza otro conteo que nos corresponde asumir y construir”), la agenda de la comisión tiene contemplado un itinerario de visitas por diferentes altares y centros energéticos (también llamados portales) que existen a lo largo de Quetzaltenango y Totonicapán.

Subir a la montaña de Campana Abaj’ y presenciar el equinoccio de primavera es la primera de todas las actividades que darán la bienvenida a un nuevo Katún.

***
A las 5:30 de la mañana, el camino empieza a despejarse y poco a poco su inclinación de casi 45 grados que hasta el momento ha parecido algo eterno, se vuelve cada vez más horizontal. La lluvia ha cesado hace media hora y el frío, empero, traza una curva exponencial ascendente que se cuela por los huesos. Las narices de los caminantes tiemblan y gotean a una temperatura de menos 4 grados centígrados.

Es justo en ese momento en que, de repente, acabados todos los caminos se asoman 2 rocas gigantescas que apuntan hacia el cielo. En medio de ellas hay una piedra más pequeña, de casi 4 metros, que parece estar suspendida en el aire, atorada por la fuerza de las otras.

–Esa es Campana Abaj’. La Campana piedra”–, dice uno de los presentes tiritando de frío.

–Si le tiras una piedra se creará una resonancia–.

Y tras el lanzamiento de 3, 6, 9 piedras, la roca atascada empieza a emitir un sonido...

A esta hora, alrededor de la montaña, la luz opaca de la mañana apenas deja distinguir las nubes y los valles más abajo. Faltan ya 15 minutos para que, según los pronósticos, el Sol se asome y amanezca. Los Ajq’ijab hacen formar un círculo a todos los escaladores que han resistido llegar hasta la cima.

–El fenómeno está a punto de producirse–, anuncia don Carlitos y pide orden. Todos guardan silencio. El viento sopla y arremolina la hierba seca. Las cámaras se alistan, enfocan y son manipuladas por docenas de dedos entumecidos. Y entonces, a lo lejos, en el Este, el día despunta.

Primero es una luz tenue de color naranja en el horizonte. Son los primeros rayos de luz que amenazan con hacer aparecer el Sol definitivamente. El suspenso se incrementa y la atmósfera se carga de ansiedad y zozobra.

Segundos más tarde, un fuerte rayo de luz atraviesa un triángulo que se forma en la topología de las rocas gigantescas, poco a poco se eleva, se marca en el suelo seco, parece algo ígneo, como magma ardiente, que profundamente corta en 2 la superficie de la Tierra.

No han pasado ni 15 segundos del fenómeno cuando toda la cúpula celeste se nubla, las nubes emergen desde los valles flotando sobre el aire cálido de la mañana y el trazo solar incandescente, el marcador de la primavera, se desvanece ante los estupefactos rostros de los desvelados y las impertinentes luces de las cámaras...

Del otro lado, en el Oeste, la Luna todavía brilla con algo de fuerza sobre todas las cabezas. Mantiene una alineación directa con el Sol allá en lo alto. La primavera, el tiempo de la siembra, se da por iniciado en la cima de la montaña al ritmo del tum, el soplo de la chirimía y el recio y robusto sonido de las caracolas.

Los Ajq’ijab, entre tanto, organizan la ceremonia de bienvenida al nuevo tiempo y dibujan con azúcar de colores, incienso, pom y velas rojas, amarillas, azules y blancas el “Sello del Mundo” en un círculo sobre el suelo.

Agradecerán a los 4 puntos cardinales, a los 20 nahuales, así hasta que acabe la mañana de este día que dura exactamente lo mismo que la noche, encima del mundo, durante el equinoccio que marca la cima de Campana Abaj’.

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El llamado de la patria

>> 13 de marzo de 2011

Foto: Cecilia Cobar



Publicado en Siglo21 

Por: Oswaldo J. Hernández
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Alrededor de un fusil Galil M16-A2 calibre 5.56 una veintena de muchachos se mantienen impávidos, tan atentos que casi no respiran. Sus miradas apuntan en una sola dirección. Nada, nada en el mundo les podría quitar la atención sobre algo tan importante que podría costarles la vida o la muerte. Un especialista del Ejército de Guatemala ya les ha explicado detalladamente la teoría del fusil de asalto, les ha indicado cómo sostenerlo, desarmarlo y volverlo a armar. Ahora ha llegado su turno para demostrar todo lo aprendido. Bajo la supervisión correspondiente –seis Sargentos y un Coronel–, formados en un círculo, uno por uno van pasando…


Estamos en Chimaltenango –a casi una hora de la Ciudad de Guatemala– en un pequeño campo de futbol al final de la 4a. avenida de la región central de este departamento. Es domingo por la mañana. El sol brilla en lo alto, pero, a pesar de ello, el calor no llega a lo insoportable. En el campo, al menos 100 muchachos –entre hombres y mujeres–, cuyas edades oscilan en un rango de 18 a 24 años de edad, portan un uniforme color caqui, botas nuevas y una gorra color negro que tiene el logo del “Servicio Cívico Militar” arriba de las viseras.


–Esta será la primera Compañía de al menos 6 Pelotones que dará por cumplido su Servicio Cívico ante la patria desde hace mucho, mucho tiempo–, dice sonriente el Coronel Pedro Tum Cortez. Él y los sargentos que cargan los fusiles de alto calibre por el campo de futbol, trabajan como “elementos activos” en una de las comandancias de la Reserva Militar del Ejército de Guatemala con sede en Chimaltenango. Es esta la sección del Ejército que bajo su responsabilidad –y observación del Ministerio de Gobernación– ejecuta el programa de Servicio Cívico Militar en Guatemala.


Tum, con sus palabras, se refiere a la manera en que el reglamento de la Ley del Servicio Cívico, bajo el acuerdo gubernativo 3454-2010, apareció publicado en el Diario Oficial de Guatemala a principios de diciembre del año pasado. Se estipulaban allí, sin que fuera obligatorio para los ciudadanos –en base al Decreto 20-2003, emitido cuando el ex dictador Efraín Ríos Montt presidía desde una curul el Congreso de la República de Guatemala–, dos opciones de servicio cívico: el militar o el social.


Luego el presidente Álvaro Colom aparecería en enero de 2011 dando por inaugurado el Programa del Servicio Cívico, y anunciando que el ex Ministro de Educación, el polémico Bienvenido Argueta, estaría de regreso en una de las dependencias del Gobierno a cargo de todo el proyecto. De esta forma es que, aunque modificado, el Servicio Cívico es nuevamente una realidad en Guatemala.

***


Este domingo es el tercer día de entrenamiento para Bryan Chex, de 18 años. Tras su mirada perdida un poco nerviosa, su sonrisa adornada por un bigote incipiente y su figura laxa, casi hectomórfica, él está a punto de pasar al frente y vérselas cara a cara con el fusil de alto calibre.


Bryan forma parte de las 1500 personas que en la actualidad cumplen de manera voluntaria con la ley de servicio a la patria. Según los datos que ofrece el Ministerio de Gobernación –institución que organiza y fiscaliza las modalidades del Servicio Cívico–, se indica que son 109 las personas que ya prestan el Servicio Cívico Militar. Bryan comenta que optó por el curso que imparten las reservas, antes que “meterse” al Servicio Social, puesto que buscaba “disciplina” y un modo de servir a la patria.

De hecho, la gran mayoría de estos muchachos parece coincidir en este punto. En una entrevista colectiva, durante uno de sus descansos, de frente a los 6 pelotones, pregunto a todos los jóvenes sobre la realidad nacional, tanto la incertidumbre política, el año electoral y la violencia. Las manos levantadas ofrecen varias respuestas: “Me gusta mucho mi país, es hermoso”, “Existe mucha maldad allá fuera, si hacemos lo correcto, sirviendo a la patria, podemos contribuir en algo”. “Me interesa servir a mi comunidad”.

Cuando llega el turno de Bryan frente al fusil M16-A2, el concepto de “arma” se llega a amplificar y todo parece más pesado de lo habitual. Lo primero que hace es revisar que no quede una sola bala dentro de la recámara, luego saca dos bolígrafos de su pantalón y aplicando un poco de fuerza desensambla unas bisagras a los extremos del arma, primero la más cercana a la culata, la pone a nivel, luego descoloca el disparador, saca el tambor rotatorio, quita el cañón y deposita cada pieza sobre el suelo en un orden de izquierda a derecha. Luego retrocede meticulosamente en el tiempo y lo arma todo de nuevo. En el transcurso, han pasado 40 segundos. En otro pelotón unos metros a la derecha, hay una gran algarabía. En tanto el polvo se asienta, se sabe que alguien ha marcado e impuesto un nuevo récord para toda la Compañía: 24 segundos en desarmar y volver armar el fusil…

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Luego de la Firma de la Paz en Guatemala, en 1996, uno de los convenios exigió al Gobierno un compromiso por reformar la ley del servicio militar obligatorio. Para respetar los Derechos Humanos, se propició que se estableciera y regulara la objeción de conciencia para aquellos jóvenes cuyas convicciones religiosas, éticas o filosóficas no les permitan empuñar las armas y no se vieran obligados a hacerlo. A cambio, ellos prestarían otro tipo de servicio cívico a la comunidad.

–Antes–, dice don Miguel, con 45 años y que trabaja como piloto en una empresa de periodismo –llegaban los camiones y si te encontraban ocioso, sin trabajo, te subían a una Mitsubishi sin ventanas y llena de soldados bien armados.

En aquel entonces no se podía pensar en otra opción. A don Miguel lo reclutaron en la calle a finales de 1988, cerca del Estadio Mateo Flores en la zona 5 de la capital guatemalteca.

–Yo estaba visitando a una mi novia. No me di cuenta de la hora en que llegaron los camiones llenos de soldados. Me agarraron del pelo, me dieron una sacudida y me llevaron a patadas.

Pasó un mes sin que ninguno de sus familiares supiera que había ocurrido con él. Cuando dio señales de vida, luego de tres meses completamente desaparecido, don Miguel ya estaba enrolado en una Compañía militar en el departamento de San Marcos. En sus ojos, poco a poco, aparecen los recuerdos en forma de agua temblorosa. Detrás de alguna que otra cicatriz dice que no sabe cómo está vivo.

–Tuve cinco enfrentamientos en contra de la guerrilla–, recuerda. –Decidí dejar de ser reservista y pasar a la tropa permanente del Ejército en aquella época porque no podía hacer otra cosa; yo no encontraba trabajo.

Su servicio duró cuatro años, hasta diciembre de 1992.

–Lo que sí agradezco de todos esos años es que me enseñaran a manejar–, dice y sonríe don Miguel mientras conduce, mientras nos dirigimos a Chimaltenango...

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– ¿Qué pasa si sucede lo peor y hay un llamado para acudir a la guerra?


Ante la interrogante, sin chistar, la respuesta colectiva es:


– ¡Acudiríamos!


El Coronel Tum rápido indica que a los reservistas se les prepara como fuerza de apoyo nada más. Por ejemplo, en caso de un desastre natural como un terremoto o un huracán. También para la guerra pero no es prioridad.


–Antes mejor prepararlos para hacer frente al narcotráfico. Las reservas militares del Ejército han estado ahí desde siempre. Por lo regular apoyan a un llamado únicamente desde su profesión o su formación académica.


Una de las chicas es secretaria bilingüe, otra de ellas es enfermera. “Las mujeres hasta hace muy poco no podíamos optar a prestar el servicio”, dice una de las 15 mujeres que integran uno de los 6 pelotones de esta compañía. Entre los varones, hay un estudiante de optometría, un administrador de empresas, también un estudiante de ingeniería en sistemas. Al menos un porcentaje mayor al 35 por ciento tiene estudios de bachillerato. Y si en un momento dado se les cuestiona sobre la relación entre el Servicio Cívico Militar y sus respectivas profesiones, la palabra “futuro” aparece en sus gestos, en su tono de voz, en sus expresiones, y uno recibe una oleada abrasadora de optimismo.


Amanda Teret Cuá tiene un brillo exquisito en los ojos, su pequeña nariz y sus rasgos indígenas le confieren una estética agradable; bajo su gorra, sus facciones llaman poderosamente la atención. Ella se levantó hoy a las 4 de la mañana. Pero el domingo para Amanda, empieza desde el sábado, cuando luego de salir de trabajar de una librería, en la noche, deja planchado su uniforme, lustra sus botas y se acuesta pensando en que viajará casi 100 kilómetros desde Sololá hacía Chimaltenango para prestar el Servicio Cívico Militar desde las 7 de la mañana. Una de sus hermanas y varios de sus familiares ya han cumplido con este curso, pero en su momento no era entendido como el cumplimiento de una ley.


–He venido para superarlos–, dice una Amanda entusiasta. Su domingo (tanto que empieza desde el sábado) es similar al domingo de muchos de los jóvenes que integran esta Compañía.


La manera en que cada uno se ha enterado de esta dinámica no suele ser muy distinta tampoco. “Unos amigos dijeron que acá se aprendía a hacer nudos”, “unos soldados nos enseñaron fotos, nos preguntaron nuestra edad, y nos dieron unos números telefónicos”. José Luis, de 24, trabaja para una empresa de seguridad privada, viene al entrenamiento pues dice que le sirve para su trabajo.


La gran mayoría de estos jóvenes no sabía que venía a cumplir el Servicio Cívico Militar, que en diciembre se aprobó como ley, y que debían cumplir con 728 horas en un lapso de 8 a 18 meses. Sí sabían del curso que impartía la Comandancia de las Reservas del Ejército de Guatemala. Sabían del ejercicio físico, la disciplina, de la escalada de riscos, de los amarres, de los partidos de futbol americano, y lo que parece más atractivo y emocionante, aprender a disparar un fusil...


Luego de estar inscritos les dijeron, además, que serían remunerados, según la ley, con Q700 por prestar este servicio.


–Yo voy a ayudar a mi mamá con ese dinero–, dice David Pérez.


–Yo trabajo con mi papá en el campo. Yo lo invertiré en la agricultura. En casa necesitamos abono y unos insecticidas–, dice Adonias Pichiyá.


Para Isaías Figueroa, este es su primer día en las reservas. Sorprendido, dice que tampoco sabía nada.


–Yo hasta estaba haciendo cuentas de cuánto me iba a costar el uniforme, el transporte... todo–, comenta encantado de la situación de recibir un estipendio mensualmente por parte del Estado.


***


–Una orden se cumple y no se cuestiona–, dice de repente el Coronel Tum. –Eso era antes–, agrega.


Con su boina bien acomodada –desde donde se lee la palabra “Kaibil”–, el Coronel de torso grueso pregunta a uno de los muchachos lo siguiente:


– ¿Qué harías si recibes la orden para que mates a uno de tus compañeros?


Un alumno es señalado, mientras otro, de pie y con un saludo militar, responde:


–Una orden se cumple solo sí se apega a la ley y a los derechos humanos, ¡Coronel!


–Acá también vienen a educar su criterio–, dice el Coronel Tum.
Debido a la situación que atraviesa el país, no en vano, durante estas dinámicas, se implementa la inteligencia militar para con los que se inscriben en el curso. Es una de las cosas que tiene bien en claro el Coronel:


–Si detectamos que alguien anda en las pandillas, o delinquiendo, de inmediato lo damos de baja. Esa clase de personas no nos interesa. Aunque una vez acá, tras su formación como ciudadanos líderes antes que llamarlos soldados, su percepción de las cosas cambia. Cambian en su ideología. Respetan.


– ¿Cuántos de ustedes quieren dedicar su vida entera al ejército?
La pregunta es lanzada a la reunión de los 6 pelotones. Todos, sin excepción, levantan la mano y balbucean la palabra “afirmativo”.


Muchos de ellos cargan una mochila pesada. Otros no cargan nada. “Es porque traen su ropa con la que vienen y con la que se cambian luego de salir de acá”, explica Isaías, “pero a mí sí me gusta que me vean con el uniforme, que sepan lo que hago”.


No son contados los que tienen algún familiar vinculado con el Ejército. De hecho, al indagar sobre algo tan importante como su consciencia histórica, de qué tanto conocen su país, el mundo en el que habitan, de sus bocas salen cosas como: “Conflicto Armado Interno”, “Derechos Humanos”, “Firma de la Paz”, “Intervención de la Cía”, “Egipto”, “Gadafi”, “Guerra Nuclear”, “Libia”, “Huseim”, “11 de septiembre”, “Golpe de Estado”, “Gerardi”, “videojuegos”, “terremotos”, “Bin Laden”, “Ríos Montt”, “Deportación”, “Guerra...” ¡Guerra!


–Todo es un relato–, comenta Mirna Alonzo. Ella está despierta desde las 4:30 de la mañana; viene a Chimaltenango desde Santo Domingo Xenacoj. Pasa 40 minutos en autobús para poder llegar a tiempo a la Reserva Militar.
A esta hora –casi medio día– ella abre bien los ojos, planta firmes sus botas en el pasto y dice:


–Nosotros debemos asumir nuestra historia, pero también tenemos el chance de crear una propia.


Manfredy Bal viene desde Comalapa, en su familia hay una tradición militar muy fuerte; en sus recuerdos infantiles existe la evidencia de saber que sus tíos (militares) murieron en combate, pero dice que él no está acá por “resentimiento”, sino que, debido a sus estudios –quiere ser ingeniero–, el curso de la Reservas Militares le sirve para continuar una “costumbre dentro de la familia”.


Llegadas las 2 de la tarde, el día se ha nublado. Entre una brisa y una lluvia suave, se ve desfilar a una centena de uniformados de camino al campo de futbol. Luego de buscar cada uno su almuerzo en alguna parte, están listos para la sesión de entrenamiento físico. Uno ve alrededor y se percata de la ausencia de piscinas, tampoco existe algo que se parezca a una pista de atletismo, o vestidores. Solo polvo, polvo en todos lados. Cada uno como puede improvisa y se cambia el uniforme, minutos más tarde entran al terreno en pantalonetas y camisetas...


La ley del Servicio Cívico establece que la falta de “cumplir con la patria” implica únicamente que jamás podrás “laborar como funcionario público”. Es decir que si alguno de estos jóvenes no termina el servicio no podrán aspirar a ser Presidentes de la República, o burócratas, o ministros, o diputados. Una cuestión que aprovecho a preguntar durante su calistenia. Algunos ríen moviendo las rodillas en forma circular, la gran mayoría no sabían de esta peculiaridad; otros, mientras mueven el cuello entre los hombros, dicen tener planes distintos en su futuro. En realidad, a todo ellos, el “castigo” de no cumplir con esta ley –como ya le han dado ellos una traducción–, les viene “absolutamente del norte”.


Ahora corren, saltan, gritan. Todo ordenadamente. Y no deja de sentirse extraña aquella conmoción de verlos divertirse... parecen unos buenos scouts o estudiantes de un colegio que reciben su clase de educación física al aire libre. Pero dentro de todo ese polvo que levantan, el recuerdo del fusil –saber que van a disparar–, uno no deja de pensar que un país como Guatemala ha estado marcado permanentemente por la Guerra.

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Insistir el momento imaginado

>> 9 de marzo de 2011


Entrevista a Luis González Palma
Por Owaldo J. Hernández
Publicado en Siglo.21.com.gt

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Encontrar un registro sobre los primeros años de vida del fotógrafo Luis González Palma no es un asunto tan sencillo. Siendo un referente a nivel internacional de la plástica actual de Guatemala, uno se pregunta si hubo algo que modificó profundamente su percepción de la realidad a una temprana edad. Se sabe, eso sí, que nació en 1957, que vino al mundo en la ciudad de Guatemala, y que allí estudió arquitectura en algún momento de la adolescencia... Luego se abre una grieta que se traga un lapso de tiempo hasta que encontramos a González Palma iniciando la toma de fotografías con poco más de 20 años de existencia. Antes de ello, todo parece guardar misterio y –como sucede con sus imágenes– se produce una inevitable sensación de nostalgia.

Evoquemos los 60. La infancia. Qué decir de los primeros años, ¿dónde y cómo creció Luis González Palma? ¿Cómo describir (contexto, familia) a la Guatemala de aquellos primeros “ejercicios nidades”?

Es curioso pero por alguna razón uno usualmente recuerda su casa de infancia, su habitación o la disposición de los muebles en el hogar. Vivíamos en una casa típica de la colonia Utatlán I, que fue una de las primeras colonias para clase media construidas en la ciudad, gran parte de mi infancia la pasé jugando en la casa de mi tía: grande y con mucho jardín. Estudié hasta 4º grado en el Colegio Americano que quedaba realmente lejos de casa. De las cosas que extrañamente se han quedado grabadas en mi memoria, recuerdo a mi abuela leyendo “El Mártir del Gólgota” a la luz de una vela, un perro muerto atropellado en la Calzada Roosevelt que en esa época era de dos vías, aviones de guerra volando en el cielo, el incendio de un edificio que quedaba en la sexta avenida y cuyo humo negro era visible desde la ventana de nuestra sala, mis plegarias con un rosario cuando viajábamos en auto a La Antigua en una carretera sinuosa y de tierra. El anuncio en la radio del asesinato del presidente Kennedy, las erupciones del volcán de fuego…

De la adolescencia, ¿se puede descubrir algo de Luis González Palma, esos años 70 en Guatemala: la profesión de arquitecto?

De los años 70 rescato la experiencia de haber formado parte de un conjunto de música con compañeros del colegio, una experiencia maravillosa y creativa, algo que sirvió de contrapeso hacia una educación marista y cerrada. De esa época, y tratando de sintetizar al máximo lo que me ha quedado grabado, es el inicio de mis estudios en Arquitectura en la USAC, el estallido de coches bomba, golpes de estado, el ejército ocupando las calles, la muerte violenta de personas cercanas, el caminar sin sentir el piso, el miedo, el dolor por el amor no correspondido.

En una entrevista recalcó: “Busco a través de mis imágenes algo que en realidad nunca tuve”. Es contundente el exquisito guiño al oxímoron. ¿Qué sí ha tenido Luis González Palma, tanto para que en realidad esté así de excluido en sus imágenes?

Pienso que yo sí estoy totalmente incluido en mis imágenes, intento siempre reflejar una visión muy personal del mundo, de la vida. A lo que me refiero con esa frase es que lo que uno busca en la experiencia creativa es un encuentro ideal, y por lo tanto imposible. Se busca algo que jamás se tendrá. Sin embargo, el desaliento que esto provoca, esa insistencia de reconstruir un momento imaginado, me da sentido, me organiza, y me ayuda a construir mi mundo interno.

Creo detectar una seducción de correspondencia entre lo religioso y la educación en el tránsito de los 60 a los 70. Imaginemos a lo mejor lo inevitable del barroco en la percepción, quizá lo manierista (y aun con ello, estar al tanto de lo que acontecía en el país). ¿Estar allí, el pequeño y luego el adolescente Luis, frente a tanta imagen religiosa, tuvo trascendencia en su forma de ver la realidad?

Total. Las primeras imágenes que nos acompañan cumplen un papel fundamental en nuestra vida. No puedo definir porque, pero siempre tuve una especie de pasión hacia la contemplación de imágenes; durante mi infancia y adolescencia “mis museos” fueron las iglesias, ahí encontraba algo que resonaba en mi mundo interno. Esa experiencia de contemplar imágenes cargadas de dolor/placer mirando al vacío, me fascinaban y horrorizaban, sentía igual que me invitaban, a partir de su propia mirada, a un gozo inexplicable, sin duda todo ese mundo misterioso y por lo tanto lleno de belleza, ha sido una fuente de la que sigo nutriéndome.

¿Qué hubo antes de tomar la cámara? Está el antecedente de la fotografía en el ballet, de su primera esposa balletista. Pero pregunto: ¿Hubo pintura, arquitectura? Qué me comenta de este trabajo (si existió), pues para las nuevas generaciones nos resulta por todos los flancos algo inédito?

Hubo mucha música escuchada a oscuras, muchos amaneceres que esperaba para ver sus colores, mucho caminar solo tratando de encontrar algún sentido a todo lo que vivía. El encuentro con la Arquitectura para descubrir el mundo del espacio y las ideas. La danza y su maravillosa relación con el cuerpo y el tiempo. La pintura, algo que hice por mucho tiempo y que, aparte de la calidad de la misma, me acompañó y calmó.

Cuando uno pregunta a los “amigos” por Luis González Palma, digamos, en una exposición, todos, ¡todos! convergen en una cosa: “Yo le dije a Luis que tomara fotos”. Uno no se la cree, mejor preguntarlo a la primera fuente. ¿La cámara, las fotos, por qué?

No lo sé… al final es como en el amor, uno no decide de quién enamorarse, pasa… simplemente sucede. Es sin duda mucho más complejo ya que no hay decisiones ingenuas, todo tiene una causa profunda, generalmente desconocida, en mi caso pudo haber sido, y esto lo pienso ahora, el deseo de crear una especie de eco, resonancias visuales para no estar solo.

Haciendo memoria, con lo azaroso de toparse con la perdida, la nostalgia, lo doloroso, la neurosis... ¿Hubo algún punto epifánico (en su vida) ante lo estético que puede crearse a partir de un recuerdo?

La mirada invisible de la imagen de una virgen.

“La mirada invisible de la imagen de una virgen”, se puede ampliar sobre esta “virgen”. Acaso se corresponde a aquel “gesto simbólico” de los pre-rafaelistas, digamos, a Ford Madox Brown. ¿Nos interesa mucho que nos narre así esta aventura de inflexión?

Pienso que mis historias personales con esta “virgen” son fuertes recuerdos para mí y anécdotas sin mucho interés para el otro. Lo importante es el hecho. La necesidad de ser visto por un ser divino y que ese ser divino haya sido una mujer. La búsqueda y el profundo deseo de establecer una relación íntima con una mujer idealizada evidencia un gran vacío y un enorme sentimiento de soledad. Hay en ese hecho una necesidad de ser construido a nivel simbólico, la sensación de que yo le daba a su imagen todo un poder que me salvaba de la caída al abismo. Pienso que en gran parte, dedicándome al arte, lo que he hecho es reconstruir una y otra vez esta experiencia. Poder posar la mirada en algo que me permita sostenerme.

Lleguemos a la época de sus primeras incursiones en el circuito del arte... ¿Le suena Imaginaria? ¿Es cierto que cuando fueron a pedir una exposición en colectivo, Luis González Palma, gracias a su propuesta, tuvo una sala solito para exponer.

Imaginaria es uno de los momentos capitales en mi vida, fue el espacio necesario para crecer y para creer que uno podía salir adelante dentro de un mundo del arte muy limitado en Guatemala en ese momento. No sería quien soy sin haber tenido este encuentro con Moisés (Barrios), Rosina (Cazali), Isabel (Ruiz), Pablo (Swezey)… el resultado de mi obra fue fruto de nuestras conversaciones, de nuestros sueños, de nuestras colaboraciones. De Imaginaria surgió la idea de salir, ese acto, que ahora parecería algo absurdo, fue lo que me ayudó para empezar a exponer fuera del país. De Imaginaria surgió también el contacto con personas que han sido cruciales en mi vida, Francisco Nájera, Flor Garduño…

Qué pasa si regresamos a la compañía de Daniel Hernández Salazar y Mario Madriz; a la primera exposición de Luis González Palma. ¿Sentimiento alguno, qué había en las imágenes de aquel momento?

No era Mario Madríz, era Mario Rivera –si mal no recuerdo– el otro fotógrafo. Me recuerdo de la pasión con la que planificamos la muestra. Las imágenes que mostré fueron mis primeros intentos de reinterpretar la realidad, todas fueron puestas en escena que surgieron de mi cercanía con la teatralidad de la danza. Había algo de ensoñación en ellas y un deseo de registrar cierta fugacidad del momento.

Cuéntenos, cómo fue el proceso de “La Lotería”. También del origen del color sepia.

“La Lotería” fue un deseo de interpretar el juego popular luego de haber leído sobre su origen.
Recuerdo haber leído que era un juego didáctico para enseñar a leer y escribir el castellano al indígena. La elección de las imágenes fue un proceso más complicado pero que en parte nació de nuestras charlas dentro de Imaginaria. El color sepia tiene otra historia, el encuentro, a través de Imaginaria, con el pintor mexicano Mario Torres Peña, de quien no sé nada desde hace muchos años. El uso del betún en su pintura, el uso que también Moisés le daba al grabado, el deseo de experimentar con algo que le diera a la imagen lo que yo sentía que le faltaba fueron lo que me llevaron a darle ese color a la imagen. Simbólicamente le añade un tiempo, un gesto, un uso. El uso del betún hace parecer a las imágenes antiguas y por lo tanto paradójicas y seductoras, hay una distancia temporal que nos separa y nos acerca.

Qué acontecería dentro de su fuero interno si comentamos ver en sus primeros trabajos a un Witkin delicioso (antes de bizarro), pero que no deja de ser visceral, justo unos segundos previos de lo textualmente poético que encontramos en sus composiciones…

Witkin fue mi primera revelación en cuando al uso de la imagen fotográfica. Recuerdo bien el haber encontrado (en una de las pocas revistas que se encontraban en Guatemala en esa época) un portafolio con su trabajo. Fue deslumbrante y fue un detonante hacia la búsqueda de una mirada personal. Posteriormente fue necesario un ejercicio interno para poder apartarme o separarme de la huella que había dejado en mi mirada. Pero no solo Witkin me afectó de esa forma. Como mencioné antes las imágenes sagradas católicas y sincréticas en Guatemala fueron capitales, y posteriormente lo fue el trabajo de Doug y Mike Starn, ellos fueron en su momento, artistas que modificaron mi relación con el arte y con mis intenciones como fotógrafo.

Si llegamos a la Argentina... ¿Cómo llega Luis González Palma a la Argentina (o un poco antes de eso)? La pregunta es necesarísima, pues parece que es aquí, en este lapso de tiempo, quizá en parte a la buena influencia de Graciela De Oliveira, encontramos tantísimo valor poético acompañando cada imagen. ¿Qué hay de esos años?

Llego a la Argentina por amor. Así puedo resumir todo lo vivido en estos años. Un cambio radical en mi vida y en la forma de verla y de comprenderla. Hubo varias coincidencias: el cambio de país, el inicio de una relación amorosa, la muerte de mi padre y, principalmente, el inicio de mi paternidad. Sebastián, mi hijo, nació en el año 2000; y mi hija, Alitzeel Anahí, en el 2003. Ser padre es la experiencia que más me ha cambiado en mi vida, y por lo tanto ha modificado todo, absolutamente todo lo que me rodea, incluyendo mi trabajo y lo que intento hacer de él y con él. Estos años han dado pie a obras en colaboración con Graciela, con su poesía y sensibilidad, también han generado nuevas búsquedas en relación a mi trabajo creativo. Por otro lado, en los últimos años he colaborado con el proyecto “Demolición/Construcción” que es un proyecto artístico/conceptual de Graciela y que considero extraordinario. En fin, años muy intensos creativa y emocionalmente.

Mantenerse en la distancia y convertirse en un referente de la plástica contemporánea de Guatemala es una cosa ¿acaso difícil, sana, adrede, necesaria?

No me corresponde a mi decir si soy una referencia en la plástica actual guatemalteca, si así fuera, es algo que se me escapa. Yo hago mi trabajo, lo que siento que debo hacer, si el mismo da pie para ser cuestionado, valorado, discutido por los creadores actuales, si propone o genera algo que ayude o impulse otros gestos creativos, pues fantástico, me alegra, pero no lo hago con la intención de ser un referente en ningún sentido.

¿Luego de la posmodernidad (si nos atrevemos así a matarla, junto a su hermano del ático: el conceptualismo), tal parece que –y aquí la pregunta, si sistematizamos la historia– todavía queda exploración “al sentido” a través de los lenguajes visuales?

Pienso que sí. Lo digo porque el arte posibilita experiencias que solo ahí podemos encontrarlas. La búsqueda de sentido es una de ellas, una forma de lidiar con nuestro desconcierto interior. El trabajo creativo es, entre varias cosas, un trabajo de duelo, y en él nuestra obra nos crea también, hay una simetría que poco a poco nos modifica y que nos permite vivir el exilio y la pérdida.

Del sepia al color, pero nunca lejos de la composición, o la seducción de alterar una realidad, o el análisis de un sentimiento y experiencias... ¿La imagen, para Luis González Palma, con toda su factura de registro, viene siendo... en sus palabras maestro?

Pessoa decía que “cuando vemos una imagen no vemos lo que vemos, vemos lo que somos”. Cada imagen es lo que es y algo más, siempre oculta algo, en ella se concentra un potencial poder que nosotros activamos. ¿Qué es una imagen? No lo sé muy bien, posiblemente pueda resumirlo diciendo que es un sustituto que vemos y nos ve.

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La ciudad de la imaginación

>> 13 de febrero de 2011

Publicado en Magacín
“Si busca usted lo suficiente, encontrará la Ciudad de la Imaginación”.
La señora suelta esta frase al bajar del autobús que desde Guatemala llega a la ciudad de Quetzaltenango, en la región occidental del país, a eso de las once de la mañana. En la mirada tiene cierto desdén, y en los labios, el sarcasmo. Luego de cuatro horas de viaje, le he confesado que soy periodista, y ella, por cuenta propia, desde su fuero interno, sabe que ha hablado de más durante todo el recorrido. En efecto, nunca guardó silencio y ahora conozco, por ejemplo, que ella es –como ha dicho–, madre de “un poeta maldito, desconocido, oriundo de Quetzaltenango”. De su ciudad dice tener un orgullo grande; “allí suceden muchas cosas culturales”, comenta. “Cada año las calles de la ciudad son tomadas por poetas, artistas, dramaturgos, cineastas... hay muchos festivales”, agrega. Aun con ello, las nuevas formas de arte (contemporáneo) son extrañas para la señora y se le antojan a “tontería”. “No las entiendo”, recalca. Y si lee un libro, quiere que tenga un final feliz: “Que no hable de drogadictos, por favor”.
Ella, que no dice ni dirá nunca su nombre, nació hace poco más de 50 años en Xelajú (nombre maya de Quetzaltenango): “la cuna de la cultura”, indica, “la segunda ciudad más importante de Guatemala”, “El Sexto Estado de los Altos”, entre otras cosas de ese tipo. Tal parece que siempre habrá otro nombre para referirse a Quetzaltenango.
“¿Cómo puedo llegar a la Ciudad de la Imaginación?”, pregunto a la señora al entrar en la estación de autobuses.
“No diré nada más”, responde, toma su maleta y, sonrojada, se aleja en una de las calles aledañas de la terminal.
Hoy hace frío en esta ciudad ubicada a 2360 metros sobre el nivel del mar. Algunos de los recién llegados sacan sus abrigos. La gente en la estación de autobuses charla sobre la escarcha que apareció esta madrugada en los vidrios de los automóviles. En medio de la cháchara del clima, pregunto a un guardia de seguridad si en su vida ha escuchado sobre algo llamado “la Ciudad de la Imaginación”. La respuesta del guardia es negativa.
* * *
Dicen que la Ciudad de la Imaginación tiene una de sus embajadas ubicada en Quetzaltenango. Para encontrarla, la gente que sabe, indica que hay que partir desde el Parque Central, de nombre Centroamérica, curiosamente ubicado sobre una pendiente; adentrarse luego por una de las calles cercanas (la 3a.) hasta llegar a una casa antigua que fue transportada en barco desde Europa hace más de 80 años. Unos metros más adelante (en la 15 avenida) de modo casi surreal, la sede de la embajada de la Ciudad de la Imaginación es anunciada en un cartel desde la fachada de una casa que funciona como centro cultural, café y base de comercio comunitario autosostenible (R.E.D./Desgua).
Al principio, no hay nada de extraordinario al entrar en la embajada. La residencia es conocida como La Botica Cultural, funciona desde hace un año, y su interior sirve como cuartel central para 5 de los más notables festivales culturales de Quetzaltenango: El Festival Internacional de Poesía, El Gran Teatrito, Cinespacio, La Llorona S.A. y el festival del Abzurdo.
Respectivamente, cinco son los colectivos encargados de llevar a cabo estos eventos; cada uno, aun congregado en esta dependencia, mantiene su autonomía.
“La Ciudad de la Imaginación fue creada para deliberar cómo pensamos y soñamos Quetzaltenango”, dice Branly López, uno de los gestores culturales responsables de la existencia de este “colectivo de colectivos”.
* * *
Metáfora es uno de los grupos que lleva el festival anual internacional más antiguo que existe en Quetzaltenango. En el año 2002, el poeta salvadoreño Otoniel Guevara visitó Xelajú en busca de escritores contemporáneos. Llegaba a la ciudad con sus greñas largas, su porte amplio y un puñado de versos en el que la poesía se desarrollaba como un acto de protesta. Lo que encontró a primera vista fue una ciudad con una escena cultural conservadora, con poetas tradicionales que consuetudinariamente participaban (aún hoy lo hacen) en un concurso local de literatura. Diferente, la propuesta de Guevara fue atendida por varios jóvenes de Xelajú. La poesía debía cambiar, atreverse un poco más, tener más conciencia de contexto, menos tapujos morales. “Así se creó el primer colectivo de poesía bajo el nombre de Grupo Ritual”, dice Marvin García, director del actual Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango: “Antes de que todo el boom de colectivos surgiera en Xela, antes de todo, la poesía estaba abriendo una brecha importante desde visiones más contemporáneas”.
García mira bajo los reflejos de sus lentes de marco grueso color negro, se inclina un poco y comenta el modo en que Metáfora apoya la visibilidad de la poesía.
Sucedió un día de 2003, en el interior del Teatro Municipal de Quetzaltenango. Las luces enfocaron por al menos dos horas el escenario donde varias voces, por primera vez, leían poesía. “Si eres capaz de construir una atención utilizando únicamente la palabra poética, has creado algo importante”, dice Marvin. Esa noche se había creado uno de los festivales más grandes de poesía en la región de Centroamérica.
Hace 7 años de ese acontecimiento. El festival ha crecido, ha sido testigo de cómo se han integrado nuevos movimientos culturales a la ciudad.
Año con año, en el frontispicio del Teatro Municipal, se coloca un sofá, los micrófonos, las bocinas y la poesía se instala en la calle, a oídos de todos. “Lo atractivo del festival radica en tener varias voces (de todo el mundo) participando; el público se identifica con ciertas voces específicas y busca una temática, un poeta, una forma de lectura. Nuestra política es el cambio de pensamiento y generar criterio en las personas. La toma de conciencia histórica, de contexto, puede ser transmitida a través de la poesía y el arte”, indica Marvin.
Hoy Metáfora también es un habitante más en la Ciudad de la Imaginación. Pensando en una ciudad diferente, han dedicado el evento a poetas de impacto, como el caso de Otto René Castillo, Francisco Morales Santos, Luis Alfredo Arango o Isabel de los Ángeles Ruano. “Este año, guardamos silencio”, indican. Un festival “sin nombre” servirá de homenaje al desparecido escritor y poeta Luis de Lión.
* * *
Establecido el más grande festival de poesía y único internacional de Guatemala, otros grupos y asociaciones también fueron emergiendo. Colectivos interesados en promover responsablemente actividades culturales han aparecido a lo largo y ancho de la ciudad de Xelajú desde hace 10 años. Teatro, performance, cine y política alternativa son parte de los ejes que sostienen y han confluido a través de los años en la Ciudad de la Imaginación.
No obstante, el punto de partida para que suceda todo en esta modalidad de festivales anuales se ubica remontando la historia hasta hace 3 años.
Ubicados allí, aparece el nombre Casa No’j, un proyecto cultural que partió de “entender el pensamiento del quetzalteco, entender la realidad del municipio por medio de la mística, la filosofía, la historia y la política, y así poder establecer un centro de análisis desde la cultura”, menciona Branly López.
Casa No’j hoy no es lo mismo. Fue absorbido por autoridades municipales, se disminuyó su poder ciudadano, y dejó de tener propuestas de arte con enfoque contemporáneo. Los colectivos se reunían allí, pero luego de los trámites institucionales debieron migrar de Xelajú a otra ciudad: a la Ciudad de la Imaginación.
* * *
A eso de las cinco de la tarde del día de llegada, Quetzaltenango está soleado. El clima ha mejorado de modo considerable. A esa hora, Pablo Ramírez, encargado del festival Abzurdo establece el lugar de entrevista en un café cercano al Parque Central.
“Nuestra propuesta se enfoca en crear una agenda cultural como camino a la anormalidad. Este festival es un evento de arte y pensamiento político, en el cual se utilizan las artes visuales y el arte urbano como herramientas para buscar esa transición a la anormalidad”. Ramírez defiende así la particular forma de crear política alternativa, “una que es capaz de crear vida, de comunicar transformación”.
Del año recién pasado se tienen registros de la segunda edición del Abzurdo que giraba en torno a las sexualidades diversas. Performances, instalaciones y talleres reflexionaban sobre el tema. Miss Gay Nacional Guatemala 2010 pronunció un emotivo discurso durante la clausura celebrada en el Parque Central, frente a una multitud convocada desde los barrios. “Xela es conservadora en ese sentido, pero caló algo extraño en los espectadores. Preguntaban, querían informarse más sobre el tema”, recuerda Ramírez. “De eso se trata, de proponer algo distinto y luego ver lo que sucede. Somos responsables de la construcción de un mensaje”, agrega.
El primer festival Abzurdo se celebró en 2009 bajo el lema de “ciudadanía”. Su próxima edición, a realizarse en julio de 2011, orbitará sobre “el ejercicio del espacio público y la relación del ciudadano dentro de lo Abzurdo, capaz de crear lógica e intencionalidad”.
* * *
“Imaginar a todos los colectivos unidos no es una idea nueva”. De regreso a la embajada de la Ciudad de la Imaginación, en el interior de la Botica Cultural, platico con Ernesto Pacheco, director del festival La Llorona S.A. “Desde hace 10 años se tuvo la primera intención de juntarlos a todos y trabajar una red de colectivos en una asociación llamada El Hormiguero”, dice.
La Llorona S.A. nació así hace una década, al menos como idea. Se concretó y llevó a cabo finalmente 2 años atrás. Pacheco dice que en principio se trataba de un festival de performance latinoamericano. “El único requisito era abordar una leyenda latinoamericana y presentarla como una acción”. Lo cierto es que sin mayor base teórica, durante el primer evento, las presentaciones (en base a las leyendas) transitaron más a la noción y dinámicas del teatro.
“Era una cuestión de aprendizaje, de ver cómo funcionaba la propuesta. Desde el año pasado, los conceptos de performance están mejor aterrizados”.
Pacheco es el más inquieto de los gestores culturales. “Explorar lo que pueda surgir de una propuesta es más significativo para mí”, dice. Este pragmatismo lo trae desde cuando fundó, junto a Pablo Ramírez y Andrés Rodríguez, el movimiento Emergente 16-4, un semillero para los actuales protagonistas de los distintos festivales.
***
El miércoles 14 de octubre de 2009, durante la noche, en el Parque Central de Totonicapán apareció una manta blanca gigantesca. Se trataba de una proyección cinematográfica. Un acontecimiento que pocas veces sucede en un pueblo como éste.
La película presentada aquella noche tenía por título Juanjpu y Luna, la estrenaba el director Alejo Crisóstomo como parte de uno de los festivales que se realizan en Quetzaltenango desde hace 4 años bajo el nombre de Cinespacio. El largometraje hablaba subrepticiamente de los derechos del niño, de ir a la escuela y de la explotación infantil. Entre el público, niños-lustradores, niños-vendedores, niños-trabajadores prestaban atención a los mensajes y comentaban entre ellos su particular situación y sus derechos como niños.
“El Cinespacio inició para acercar el cine a la gente, proponerles una comunicación distinta en su entorno. Lo más importante del evento no es la muestra en sí, sino los talleres y conversatorios que logran motivar a nuevos realizadores con el simple hecho de discutir y plantear ideas”, explica el productor, gestor y cineasta Andrés Rodríguez. Entre las producciones que presenta –más de 30 anuales– se puede categorizar la ficción, el cine experimental, los documentales, el reportaje, la animación y spots culturales.
Cinespacio fue creado en 2007, en Quetzaltenango. A partir de entonces ha tenido un importante crecimiento y, al igual que los otros festivales existentes dentro de la Ciudad de la Imaginación, apuesta por su descentralización, llegar a más lugares de la región occidental de Guatemala.
***
En Xelajú existe un barrio donde siete casas y siete calles se unen en un pequeño espacio a manera de plaza, para formar siete esquinas. El lugar, como cuentan los quetzaltecos, no sin antes advertir que no te asomes por ahí, es famoso por la inseguridad y su mística antigüedad (“acá espanta La Llorona”). En esta misma zona, Armadillo Teatro Títeres montó un escenario a inicios de diciembre pasado. Dos obras se presentaron, allí, en la calle, como parte de la agenda del Festival Gran Teatrito. “Cualquier espacio se puede convertir en un escenario”; es la tesis de este festival dirigido por Guillermo Santillana.
“Al crear estos escenarios, la interactividad con el público que se crea desde el teatro de forma espontánea es uno de los objetivos centrales. Si la gente no va al teatro, el teatro irá a buscar a la gente”, dice Sergio Marroquín, uno de los organizadores de este evento que, usando todas las disciplinas escénicas, se celebra a inicios de cada diciembre desde hace 4 años.
Sergio recuerda el día que llevaron el Gran Teatrito fuera de la ciudad de Quetzaltenango, en Totonicapán: “Ocultos tras el teatrino, no ves al público, apuestas todo por la obra, por tu voz, por los títeres. En cuanto terminamos y nos asomamos fuera de la cortina –Sergio quiebra la voz al decirlo–, no podíamos creer la cantidad de gente que había”. “Estimulábamos la imaginación de tanta gente, de tantos niños. El arte es el camino de la imaginación”, agrega.
* * *
A un año de haber institucionalizado la Ciudad de la Imaginación, los colectivos aún se replantean y se reinventan a partir de sus propuestas iniciales. Días antes de mi llegada a Quetzaltenango, los directores de cada festival –Marvin García, Ernesto Pacheco, Guillermo Santillana, Pablo Ramírez y Andrés Rodríguez– se reunieron en la embajada de la Ciudad de la Imaginación; su charla abarcó delicados aspectos, desde entenderse dentro de su contexto como replantearse los propósitos de su actividad.
“Estamos olvidando el sentido fundamental de la cultura y del quehacer cultural: cultura como encuentro, como convivencia”, reflexionaban en aquella oportunidad.
Su apuesta desde entonces se ha volcado a la convocatoria de los ciudadanos, de los barrios y habitantes de la región occidental de Guatemala. La cultura la definen como “El acto de entender e intervenir modos de vida diferenciales y transitorios en constante relación para generar posibilidades sociales, económicas, ambientales, místicas y políticas”. Piensan así, otro tipo de realidad mientras se dedican a “encantar conciencias”, “crear una plataforma para el desarrollo cultural”, y “plantear la participación ciudadana”. Suponen así esta ciudad, donde el frío, las arquitecturas coloniales y alguna que otra brecha generacional, epatan existencias y contextos. Donde el “plan”, “en busca de imaginación”, está por cobrar mayor notoriedad.

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