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GG Allin, la excluida actitud del Punk

>> 3 de febrero de 2011

Única nota periodística publicada sobre GG Allin en un diario de Latinoamérica (elAcordeón)

Cada generación tiene una persona que refleja a la sociedad de modo poco convencional. A veces parecen irreales, o lo suficientemente trasgresores que incluso no encajan en ningún lugar. GG Allin ha sido ignorado por documentalistas y cronistas de la música mientras trata de ocupar su verdadera posición en la historia del punk.

Por: Oswaldo J. Hernández
He aquí un ángel del Señor apareció entre sueños y le dijo a Merle Colby Allin: “no desconfíes del hijo que mora en el vientre de tú joven esposa, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es…; y llevará por nombre Jesus Christ Allin y será un hombre grande, muy poderoso, pues en sus venas corre la sangre del Mesías”. Y Aconteció así –a mediados de los años cincuenta, en Lancaster, New Hampshire (EE.UU.)– la condenada concepción de una de las leyendas más importantes del punk duro y poco conocido de la escena norteamericana: GG Allin (1956-1993). Anticipadamente se despidió de este mundo ante un ingente grupo de fans que esperaban ansiosos la promesa punk e irreverente de este músico: se suicidaría, en cualquier momento, durante una de sus presentaciones. Quien haya consumido la experiencia extrema de salir medio ileso de uno de sus shows, realmente tenía mucha fe en sus palabras. Sin embargo, murió exactamente hace 16 años, un 28 de junio por una sobredosis. Es ahora que parvadas de adolescentes se acercan a contemplarlo por internet para descubrir una auténtica postura contra el Sistema y la vida de alguien que encontró en la música una forma de sobrellevar el descontento generalizado por la sociedad y sus imposiciones convencionales.
El Under en perímetro del Undreground
Un poco antes de que el punk entero se fuera filosóficamente al traste, una década anterior a que el mercadológico cerebrito de Marilyn Manson comprendiera el morbo expectante de los consumidores del rock en su plataforma ‘mass media’; antes, en plena efervescencia del sin sentido de la época posmoderna y cada uno de sus síntomas psicosociales, tecnológicos e informáticos de consumo, la circunstancia menos vista del punk a finales de los setenta se regocijaba con la más cruda de las escatologías performáticas. GG Allin, descrito infinitas veces como el estereotipo del psicópata trastornado, cargaría voluntaria y terapéuticamente en sus espaldas con la inconformidad de toda una generación de rechazados, de auténticos marginados. Como un mártir más bien al estilo ‘One Army Men’, GG Allin sería ignorado incluso del ‘mainstream’ de aquella escena punk comercial de los setentas y ochentas que ahora distintas cadenas musicales de televisión venden en DVD dentro de un marco documentalista para un target de adolescentes en todo el globo. “Digamos que la visión del punk debía tener aquellos indicios de insolencia, inconformidad y crítica social desde una agresividad pasiva, aceptable en cierta estructura enfocada únicamente en las trasgresiones estéticas. Digamos que plantearlo de forma radical y directamente confrontada con la sociedad era demasiado incluso para la propia escena”, confirma recientemente en una entrevista Marlin Allin Jr., el hermano mayor de GG Allin y bajista que lo acompañó en bandas como MalPractice, The AIDS Brigade y la más duradera de todas The Murder Junkies. Y sí, un acto de GG Allin retomaba esa línea neurótica que presentaban ante el público artistas como Hank Williams, The New York Dolls o bien un Iggy Pop en sus primeras incursiones con los Stooges, con la diferencia de llevarlo a los extremos… “Cero teatralidad, nada. Mi mente es una ametralladora, mi cuerpo son las balas y mi blanco perfecto es la audiencia”, dijo en más de una ocasión Allin para traducir sus presentaciones en las que terminaba sangrando por cada golpe autoinfringido, uno tras otro, en su cráneo con el micrófono, o pelear en el escenario con más de dos o tres de sus fans –en 1992, 16 punks se abalanzaron sobre él partiéndole el cúbito y el radio en tres partes–. La velocidad de tres acordes y el pac-pac-pac-pac acelerado de la batería discurrían un telón del que emergía poco a poco el paroxismo. Allin a la defensiva reconocía una lejana, muy lejana influencia del accionismo vienés de los años sesenta y lo introducía substancialmente en el punk, en su público, en su acto performático. “Demasiado impactante para convertirse en un lugar común”, reseña el periodista y biógrafo autorizado de GG Allin, Joe Coughlin, a la espera del interés por parte de una editorial respetable que examine su trabajo. Cosa que tiene complejidad. “Difícil de creer que algo como Allin fuese verdadero. Más de una revista de rock duro estipuló que Allin no existía y entonces, cuando las fotos de sus performances llegaban a sus salas de redacción se veían forzadas a comerse sus palabras”, resiste Coughlin. Y es que por más que se quiera tolerar, un personaje como Allin sacude, agita incluso póstumamente. Fotos, videos y documentales esparcidos en la red evidencian la honestidad y lo abyecto de su personalidad. “¡I’m for real!”, refutaría sin vacilar como lo hizo en tantas entrevistas. Y tal realidad era, en todo caso, extrema. Sus presentaciones emulaban un campo de batalla. Tocaba en bares cuyos dueños arriesgaban su patente de comercio con tan solo tenerlo allí, respirando. Ya hemos hablado de sus triviales ataques de furia contra sí mismo, no obstante, sus shows incluían desnudez, mutilaciones en su cuerpo y, más importante aunque temporal, una amenaza verdadera, íntima y frontal para la sociedad de confort. Al final, la policía siempre estaba presente. El punk sólo fue el soporte adecuado para decantar sus ideas. “Soy un escupitajo, un sincero y espontáneo sarcasmo hacia la hipócrita y deshumanizada sociedad en que vivimos –declaró en un popular show de entrevistas de los años ochenta–. La sociedad es una gran broma y la única manera de enfrentarse a ella es siendo una broma más grande, nauseabunda, amoral y desagradable, pero sincera”. Ajetreados años, en los setenta el punk estaba en efervescencia. Se declaraban cosas como “si Johnny Rotten es la voz del punk, entonces Sid Vicious es la actitud”. Eran frases usadas por Malcolm McLaren, el productor británico y situacionista, que saltó a la fama al desempeñar el papel de agente-niñera (incluso oportunista) del famoso grupo de la primera oleada de punk: Sex Pistols. “Diletante y sin talento, la figura de Sid Vicious pasó a incrustarse en el imaginario como el estigma del punk por excelencia. Estábamos hartos de la escena entera del rock & roll y la mierda corporativa vendiendo. Queríamos mantener la integridad del punk…”, explica el hermano mayor de GG, Merle Jr., justificándose. En vida, Allín mantuvo una postura marginal. Obnubilado por el mercado que nunca lo aceptaría: “era el under al margen del Underground, pero con una actitud más desafiante”, apunta Joe Coughlin. No obstante, hay recopilaciones de sus acciones “en contra del sistema”. Tod Phillips, director interesante a través de sus ejercicios documentales de los años noventa, se dio a la tarea de vivir al límite e irse de gira con la banda de GG Allin en 1992. El resultado, un perturbador como inusitado registro gráfico titulado ‘Hated: GG Allin and The Murder Junkies’. Allí resalta la evidente existencia de GG Allin como superviviente al apogeo del punk. Conocemos también que The Murder Junkies era un conjunto de acompañamiento efectivo, nada mediocre, siempre en la línea del punk. Un ‘frontman’ como GG Allin en la faz del escenario, contra todo: escurriendo sangre y escatología, insertándose un micrófono en el trasero, y la atmósfera punk de sus conciertos recargándose de bizarras energías. Una nota interesante prologa e ilustra el documental: “GG Allin es un artista con un mensaje para una sociedad enferma. Es capaz de proyectarnos tal y como somos. El ser humano es tan solo un animal que habla y se expresa libremente. No se equivoquen, detrás de lo que él hace hay un cerebro”; ¿firma?, nada más y nada menos que John Wayne Gacy, el asesino en serie conocido como ‘Pogo’. GG Allin lo visitó varias veces, no por casualidad, sino por su afinidad de encontrarse en la misma jurisdicción de correccionales. GG había sido acusado de violar a una de las grupies que lo asediaban durante la gira, en Michigan. En su fichaje de ingreso, su IQ dio más alto que el promedio. “No sé si GG nació así, o si la sociedad lo creo necesariamente. Su banda, sus fans, son excepcionales. Ellos representan la parte de Norteamérica que muchos prefieren pensar que no existe. La alienación como minoría había encontrado desesperadamente una voz en el punk, algo capaz de unir y producir una estructura funcional, muy al margen”, subraya Phillips casi al final del documental.
Caos involuntario
GG Allin vino al mundo en un hogar de raíces profundamente cristianas. Fue bautizado como Jesus Christ Allin. Su hermano Merle Jr., dos años mayor, al no pronunciar bien su nombre lo renombraría para siempre como “gi-gi” (GG). Ascético, Merle Colby Allin Sr., mantenía una familia desde un arribismo religioso. Sin agua, sin electricidad, los pequeños Allin estaban acostumbrados a aceptar los violentos episodios familiares. “La violencia es un rol social”, arquetipizaba GG en una de sus canciones. Desde pequeño fue obligado a cavar literalmente la metáfora de su tumba. Bajo amenazas de suicidio, existen registros de cómo Merle Allin Sr. obligó a su esposa y sus dos hijos a perforar el sótano de su vivienda y presentarles el lugar donde ellos serían enterrados. Poco antes de que GG entrara al preescolar, su madre, Arleta Gunther, en un arrebato de cólera –un lapso de lucidez–, decide abandonar a su religioso esposo y llevarse al retoño de una problemática relación, no sin antes cambiarle legalmente el nombre por Kevin Michael Allin “para no crearle un trauma mayor”, dijo a un noticiario. Hasta entonces GG descubriría la electricidad, la radio, la música, su escape. Su último concierto, el 28 de junio de 1993 –como tantos otros– estuvo compuesto de dos temas nada más. La policía fue alertada. El dueño del local no deseaba continuar. El público comenzaría a transformar en una zona de guerra las calles aledañas del Gas Station Club en Nueva York, un ‘riot action’ que GG comandaría involuntariamente. Luego de correr algunas calles y dejar radiopatrullas, ambulancias y sobresaltos, GG sería rescatado por un grupo de fans a bordo de un taxi. Moriría esa misma noche por una sobredosis de heroína. Dejó un legado de bandas como MalPractice, The Jabbers, Cedar Sluts streets, Scumfucs, Texas Nazis, The AIDS Brigade, The Murder Junkies… Catalizador del caos, discográficas independientes apoyaron su lanzamiento con más de 25 LP’s y casetes. ‘Hated in the Nation’, ‘Legalize Murder’ o ‘War in my head’ están siendo remasterizados por Orange Records y Alive Records para su publicación en CD y en formato digital.

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